Las manos voraces

Las penurias del pasado se disipaban. En Japón, los analistas hablaban de un “milagro”. Con el amanecer de los sesentas, las nuevas generaciones descansaban del "esfuerzo nacional" matando el rato frente a la TV y el cine. En la pantalla grande ahora cabía lo que en la chica estaba proscrito. Del frondoso cine japonés la rama del erotismo ganó grosor. Los besos estaban permitidos desde algún tiempo atrás, ya era el momento de los azotes. Evidenciando una sexualidad compleja, por decir lo menos, las pinku eigas ofrecían un menú que mezclaba violación, tortura, sadismo y tetas pequeñas. Toda mujer llevaba dentro de sí a una masoquista reprimida. El viril latigazo las hacía libres.

Aquella sociedad apretujada por tradicional rigidez, desahogaba obsesiones a través del cine erótico. Se hicieron miles de películas que empujaron, centímetro a centímetro, los muros de la censura. Pero las fronteras eran sinuosas: se admitían celebraciones de sadismo, pero nunca ni un asomo de vello púbico. La mayoría de estas películas expiraba con la amnesia de la retina, pero hubo un puñado que viajó a las respetadas vitrinas de festivales en Occidente. Eran méritos de jóvenes directores que aprovechaban las livianas condiciones del género para hacer sus experimentos. Obras que discretamente sobrepasaban el formato para dejar entrever los ligamentos de un submundo encaprichado por el placer.

Uno de aquellos directores era Yasuzo Masumura, que navegó a través de una filmografía inhóspita (más de 50 films) y cuyos triunfos arribaron muy tarde en el ojo occidental. Formado en Roma, con maestros como Fellini y Visconti, Masumura regresó a casa sin ganas de neorrealismo, pero dispuesto a romper con el mainstream japonés. Acusaba al cine tradicional de estar distante de la realidad, y al realismo de acorralar al sujeto entre la resignación y la opresión del “ser colectivo”. El objetivo de su cine era rebelarse contra la derrota de la individualidad, mediante la descripción exagerada de las pasiones humanas. En las películas de Masumura los personajes socialmente exitosos están perdidos moralmente, son proclives al egoísmo y la crueldad, mientras que los protagonistas se estrellan de cara en su pasión por la libertad. Una de sus obras maestras, redescubierta décadas después en el Oeste, es “Blind Beast” (Bestia ciega o “Moju”, 1969), precursora de “El Imperio de los Sentidos”(1976), el pinku eiga más conocido en todo el mundo.

“Blind Beast” es un relato elegantemente desquiciado. En un museo, la modelo Aki encuentra a Michio, un ciego que acaricia salaz una escultura de su cuerpo. Un rato después, Aki se siente tensionada y solicita un masajista. Michio suplanta al masajista para entrar en su casa, tocarla por un buen rato y después secuestrarla. Despierta en su extraño taller, un gran salón de cuyas paredes brotan esculturas de bocas, ojos, narices, piernas y tetas. Michio es un escultor obsesionado con modelar el cuerpo de Aki. Ella se niega pero él logra convencerla prometiendo que la dejará libre cuando termine la obra. ¿Pero como puede esculpir un ciego a una mujer? Pues, tocándola detallada y repetidamente. Michio es un lujurioso del tacto para quien la expresión “mano larga” se queda corta. Durante las sesiones, el escultor irá sumergiendo a su modelo en un frenesí epidérmico que motivará los celos de la madre, encubridora de los delirios artísticos de su hijo. Intentando impedir que Aki sea ahorcada, Michio mata a su madre accidentalmente. Ahora a solas, y a pesar que la escultura ya fue terminada, Michio y Aki perderán la cabeza explorando sensaciones de la piel cada vez más extremas.

Sin dejar de ser una película de género, “Blind Beast” se distingue por una propuesta visual minimalista pero de atmósfera exacerbada. La mayor parte de la acción transcurre en el gran “utero” que es el taller, un refugio casi en penumbras que es un santuario a las formas femeninas, pero recreadas desde el punto de vista de un bebé. Sin embargo, la desnudez real en el film, aunque constante, es esquiva a exhibirse. La naturaleza perversa del relato es más una proyección psicológica que una agresión física. Las manos voraces del ciego traducen el cuerpo tenue de Aki en una escultura de formas mucho más voluptuosas.

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Cómo conseguirla:
En el Emule circula una version de buena calidad.
Por suerte, tambien se encuentran los subtítulos
en español.

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Alonzo, the Armless

Entre las sobrevivientes de una edad en la que el celuloide solía incendiarse, el cine silente; “The Unknown” (1927) es el cuento más apasionadamente sórdido. Fue el encuentro de dos entusiastas de la deformación: Tod Browning, el cineasta de lo disparejo, y Lon Chaney, el actor que gustaba sufrir las pieles de los desiguales. La colaboración mutua ya contaba varias películas previas, pero sería este film, titulado originalmente “Alonzo, the Armless” (Alonzo, el manco), el clímax sarcástico de lo macabro. Las medias tintas del morbo comenzaban a espesarse.

La sórdida historia de “The Unknown”, o “Garras humanas” como se le conoce en español, sucede en un lugar extranjero y en un ambiente propicio para lo escandaloso, “esta es una historia que cuentan en el viejo Madrid”, inicia el primer cartel. Un circo de gitanos presenta el número de Alonzo (Lon Chaney), un hombre sin brazos que dispara dardos con los pies alrededor de Nanon, la hija del patrón. Alonzo está enamorado de la joven (muy lozana Joan Crawford) y Nanon parece destinada a estar con él, pues sufre un ¿trauma sexual? por el cual rechaza el abrazo de un hombre. Pero Alonzo no es en realidad manco, más bien es un pillo que se oculta de la policía fajándose todas las mañanas y trabajando en el circo. Durante las noches se libera y sale a cometer fechorías. En una ocasión, el dueño del circo lo sorprende con brazos y Alonzo no tiene más opción que ahorcarlo. Nuevamente fugitivo, perturbado por su pasión por Nanon y queriendo ganar ventaja frente a Malabar, el fortachón, que también la pretende, aunque ella no pueda tolerar sus acercamientos; Alonzo decide cortarse los brazos.

Me seducía la tentación de revelar el final, pero admitiendo que mayor placer es no saber antes de ver, decido que al menos mi pluma no arruinará la sorpresa. Puedo decir, para dar una idea, que la expresión de Alonzo al reencontrarse con Nanon es quizá la más cataclísmica de todo el cine mudo. Al verla comprendemos mejor por qué algunos cineastas de la época sintieron que su oficio moriría con la llegada del sonoro. Parte de la gloria de aquel cine está reflejada en la figura de Lon Chaney, llamado el “hombre de las mil caras”. Fue la estrella del plantel en muchas películas sin tener que decir una palabra. Criado por sus padres sordomudos, desde niño la vida de Lon Chaney fue una película muda, obligado a enfatizar sus expresiones para poder comunicarse. Con una madre enferma y varios hermanos, el joven Lon consigue el sustento con la pantomima. Naturalmente se dedica después al teatro de variedades donde sobrevive mal que bien. Pero sería con la novedad del cine donde obtendría aplausos interminables. Su extensa filmografía se destacaría por sus radicales transformaciones, generalmente representando villanos maltrechos y deformes desdichados. Varios papeles le demandarían padecimientos como soportar un gran peso sobre la espalda (“The Hunchback of Notre Dame") o llevar un doloroso arnés para simular piernas amputadas (“The Penalty”). En “The Unknown”, para el canon su película más importante junto con “El Fantasma de la Opera” (1925), el propio acto de transformación sería exhibido como rasgo clave del personaje.

Posiblemente, Lon Chaney hubiese continuado con éxito su carrera después del difícil trance hacia el sonoro. Su única película hablada, “The Unholy Three” (1930), demostraría que su don para lo camaleónico también incluía sonidos. En este film, Chaney interpreta a un ventriloguo y a sus cinco voces. Pero lamentablemente, dos meses después del estreno, murió el hombre que enseñó al público a amar al actor capaz de crucificarse por dar credibilidad a la mentira del cine. Quien sabe si aquella fascinación de Hollywood por los roles de esfuerzo físico no provenga de los films de Chaney. Quizá en eso estaban pensando quienes premiaron a Robert de Niro por convertirse en tiempo record de boxeador a gordinflón para “Toro Salvaje”.

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Cómo conseguirla:
Disponible en el Emule, en una versión
restaurada con nueva banda sonora y
mejores carteles. No encontré subtítulos
en español, aunque los hay en portugues.

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Los pasatiempos de la histeria

Cine norteamericano de Ciencia Ficción de los 50´s


Para una década histérica, pastillas contra el nerviosismo. “Salido de nuestras profundidades primordiales para destruir el mundo”, “¡Algo está sucediendo, envía hombres de Ciencia rápido!”, “Vea a la Tierra atacada por platillos voladores”, advertían las prescripciones de los afiches. En los cincuentas, el cine de Ciencia Ficción norteamericano fue el escaparate de las tensiones de una generación. Aquellos llamados en la fantasía “it” o “them”, criaturas inclasificables venidas de otro mundo, tenían nombre propio en la vida cotidiana bajo “comunistas” o “guerra nuclear”. Esta formidable retroalimentación entre el inconsciente colectivo y el cine, es lo que mantuvo fascinadas a las generaciones posteriores. La mayoría de estas películas eran pobres en presupuesto, confinadas a la Serie B y al espectador a veces distraído del drive-in, pero usualmente eran atrevidas en sus aspiraciones visuales: tres minutos de alienígenas atacando a un ejercito (o, al menos, a una muchacha) podían ser el plato fuerte. Cuando el género recibía la atención de estudios más holgados, la narración se esmeraba y el espectáculo visual marcaba precedentes. Salías del cine pensando que el mundo iba por un rumbo desconocido, algún día un hombre viajaría por el Espacio o la tecnología nuclear acabaría con la Tierra. Lo que sucediera primero.

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