Nuevo empleo con cine club incluido

Resulta que tengo un nuevo empleo que quizá se anunciaba con aquella experiencia cineclubera en la Biblioteca de la Universidad San Marcos y mis benditas películas de Ciencia Ficción de los 50’s, de las que me hice predicador. En fin, al parecer la coincidencia me dijo “ya que te gusta tanto poner películas, ahí tienes, pues” y entré a trabajar en el Centro Cultural de San Marcos, en la Dirección de Cine y TV. El cambio es bastante radical en relación a lo que tenía antes como empleo en el mundo de la ONGs ambientalistas. Todavía está en la página de la organización que me comandó y acogió entre sus filas, desde Washington DC y a partir del 2006, mis señas en el staff: en inglés y con aquella foto con sombrero que envié cuando ya había decidido renunciar. Así que aparezco cual hombre de campo, fajado activista que va a medirse allí donde las desigualdades levantan polvo y te queman como el sol. Por lo menos la foto hace juego con las palabras “Latin America and Caribbean Program” que se refieren a mi cargo.

Naturalmente, el trabajo en el Centro Cultural de San Marcos es viajar laboralmente a otro mundo: el laberíntico y de rotación lenta, planeta Estatal. Pero el deseo de cambiar en actividades me venía persiguiendo desde hace tiempo y me gusta que esté tomando este rumbo relacionado al cine. El trabajo consiste en ocuparme de coordinar muestras de cine sea en la Universidad o en acuerdo con otras instituciones. Además de hacerme cargo de un cine club en la Casona de San Marcos, en el centro de Lima.

Este es un cine club ubicado en una geografía y con una población radicalmente diferentes. Aunque, como la Ciudad Universitaria, también está rodeado de los ubicuos escombros de la reparación de esta ciudad, este cine club tiene además notables vecinos, entre ellos: una feria popular, en el Parque Universitario, de comidas, hierbas medicinales y cds de música peruana; la avenida más contaminada de esta parte del Pacífico, la Av. Abancay, donde cada centímetro de superficie ha recibido su brochazo de hollín; o el Jr. Azángaro, donde puedes acelerar cualquier trámite por la vía de mandarte a falsificar un documento. Pero la Casona de San Marcos, donde se encuentra el Auditorio donde funciona este cine club, es magnífica e impecable. Una construcción fundada en 1605, donde funcionó por mucho tiempo la Universidad de San Marcos, durante decenios coloniales y republicanos en los que todavía la arquitectura no diferenciaba mucho entre una universidad y un monasterio. La Casona está muy bien conservada, da gusto mirarla y caminar por ella, es uno de los edificios históricos más importantes de la ciudad. Pero como forma parte también de esta Lima de contradicciones, a pocos metros de sus umbrales de alcurnia, un muchacho extiende a los transeúntes volantes doblados que ofrecen pomadas para alargar el pene.

Otra particularidad es que este cine club tiene un público fiel, algunos de ellos incluso acuden a las funciones elegantemente vestidos. Se trata de alrededor treinta personas: señores de la “tercera edad”, ampliamente mayoritarios, que tienen el hábito de ver un clásico los jueves y viernes a un precio sumamente módico, son poco tolerantes con los defectos de proyección y hasta uno de ellos ha proclamado su abierta antipatía por el cine francés (¡las francesas no valen nada!). Completan la concurrencia oficinistas de terno y cinefilia, y uno que otro estudiante de la Universidad que se aventura por el Centro.

Todavía sigo encantado con la acogedora sala que disponemos: una platea y mezzanine con pisos de madera y 78 butacas rojas. Es decir, un cine club en rigor, “a la antigua” pero con proyector digital, y con una tarifa que es un gesto de exagerada modestia: General: S/. 2, Adulto Mayor: S/.1,50 y Estudiantes (con carnet, eso sí): S/.1,0o, precios más cómodos que el pasaje del micro.

La cartelera solía basarse en las películas del archivo de Dirección de Cine y TV, es decir, preferentemente grandes clásicos del cine. Mi primera tarea fue programar el mes de octubre entonces opté, sin pensarlo mucho, en programar la primera mitad del mes algunos buenos títulos del archivo y las otras semanas algunas películas que he ido consiguiendo y comentado aquí en su momento, como quien va probando al público. El viernes pasado proyectamos “Ojos sin rostro” (1959) con buena acogida, a pesar de las ojerizas al cine francés, y ya uno de los viejitos se apuntó para “Mondo Cane”. ¿Qué dirán de las tetonas de “Faster Pussycat Kill! Kill!” las aplaudirán como a Sofia Loren o descargarán bastonazos sobre mí? Ya veremos.

Las películas que restan para Octubre, cada función incluye una sesuda presentación previa con esenciales apuntes histórico-sociales-artísticos a cargo de quien escribe, son:

- Jueves 23:La invasión de los suplantadores de cuerpos” (1956)
- Viernes 24:Mondo Cane” (1962)
- Jueves 30:Faster Pussycat Kill! Kill!” (1965)
- Viernes 31:El increíble hombre menguante” (1957)

Todas las funciones van a la 6:00 pm en el Auditorio de la Casona de San Marcos (Parque Universitario, Centro de Lima). Así que si vives en Lima y no te alcanza ni para un dvd pirata pero quieres ver una buena película, entonces take a walk on the wild side.


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Agarrando pueblo

En un país acostumbrado a las malas noticias, Colombia, la “pornomiseria” era el género que mejor cotizaba. Desde luego jamás pidió ser clasificado con ese nombre. Por el contrario, eran películas supuestamente desencadenadas por la indignación y destinadas a fruncir la frente condescendiente de Europa. En los 70´s, junto a sus pares de Latinoamérica, el cine colombiano exhibió en las vitrinas de los festivales a sus mendigos enloquecidos, sus niños de la calle o a sus bandoleros de la cocaína. Esta larga explotación, que persiste ahora en la forma de telenovelas sobre capos de la droga o sicarios supersticiosos, se topó un día con la rotunda sacada de lengua de un corto: “Agarrando pueblo” (1977).

Hurgando en la basura el cine colombiano encontró días de prosperidad. Estimuladas por la buena recepción festivalera y con la bendición del intelectual local que las ensalzaba como “denuncia social”, miserias de todo pelaje cruzaron el Atlántico en latas de película. Su producción había sido propiciada por una ley, impuesta en 1971, llamada “del sobreprecio”: el espectador pagaba unos pesos adicionales para financiar al cine colombiano. Al amparo de este beneficio se rodaron infinidad de cortos cuya exhibición era obligatoria en todas las salas. Los cortos presentaba lugares turísticos, escenas de humor costumbrista pero, en especial, se concentraban en “retratar” la miseria cotidiana. Oportunistas con cámara mortificaron a los espectadores con productos ramplones, opacos en lo artístico y muchas veces realizados en complicidad con los exhibidores. En esta espesa maleza cinematográfica destacaron unos pocos por su autenticidad, como "Chircales" (1972), y por su eficiente sensacionalismo, como “Gamín” (1976), aplaudido en Europa. Pero en general para el público sólo significó soportar minutos de ineptitud cinematográfica nacional antes de la película gringa. El cine colombiano, con una cantidad de producción nunca antes vista pero sin controles de calidad, perdió una oportunidad de volverse industria y se desprestigio a sí mismo, corrompido por el oportunismo.

Pero por ese tiempo había también en Cali un grupo de apasionados por el cine. Andrés Caicedo, Luis Ospina y Carlos Mayolo, entre otros, veían a través del cine lo que el mundo, de inicios de los 70´s, tenía para influir sus mentes: el rock, los hippies, el boom de la literatura, el arte pop, la revolución cubana, el teatro del absurdo, el movimiento socialista, entre tantas cosas. En ese tiempo de pasiones, ellos propagaron su cinefilia fundando el Cine Club de Cali y después una revista, Ojo al Cine. Esta etapa terminó con el suicidio de Caicedo, a sus 25 años, quien desde el más allá gozaría de la fama póstuma de los escritores malditos. Mientras tanto Ospina y Mayolo, todavía desde Cali, se iniciaron en la realización de documentales y disgustados por la vocación vampírica del cine de su país, también salieron a la calle para “agarrar pueblo” es decir "engatusar".

El equipo de filmación de “¿El Futuro para Quién?” sale a las calles de Cali con sus latas de película para recolectar imágenes de existencias miserables. Se topan con un mendigo y que agite más el tarro, le piden. Acechan a una niña sentada en la acera, exasperan a una anciana, registran a una loca de la calle. ¿Qué nos falta? ¿A ver qué más de miseria hay? Nos falta un loco. ¿Sabe donde podemos encontrar a un loco?, preguntan a su taxista. Entonces encuentran a un hombre que se quema la lengua, restriega su cara y espalda con vidrio molido y se lanza a través de un aro con cuchillos oxidados. Al día siguiente deben filmar el epílogo: la reflexión del reportero luego de entrevistar a una familia paupérrima. Contratan a personas que traen sus vestuarios de “pobres” y se inmiscuyen en una casucha sin sospechar que el dueño después irrumpirá en medio del encuadre. ¡Con que agarrando pueblo! Intentarán convencerlo de dejarlos filmar ahí. Su casa ha sido elegida entre muchas otras, ¿sabía? Más del 25% de las casas de los colombianos es igual a la suya. Y si hay tantas ¡por qué esta!

El atrevimiento subversivo de “Agarrando pueblo” va lejos. No sólo es una sátira aguda contra la pseudodenuncia que sirve a un mercado internacional donde importa más mantener los esquemas imaginados del Tercer Mundo y no explicar las razones del subdesarrollo. Más interesante es que en su afán de ser insolente y contracinematográfica, al final “Agarrando pueblo” se autodestruye. No hay inocencia posible detrás de una cámara. Los modos y las formas para “captar la verdad” son puros timos. Estos modelos son puestos en evidencia a tal extremo que ni los propios autores del corto se salvan. “Agarrando pueblo” tuvo al principio una recepción ofendida entre colegas pero pronto le llegó el turno de ser premiada en festivales, a su pesar tal vez.

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Cómo conseguirla:
Está en el Emule, con muy buena calidad
hasta con subtitulos al inglés incluidos

Para descargar película:
Enlace eD2k

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