En compañia de lobos

El hombre es el lobo del hombre y es de personas civilizadas temer al hombre-lobo. Desde tiempos remotos los pueblos han cultivado la preocupante creencia de un ser humano capaz de mutar en bestia para asesinar al prójimo. Para la Europa cristiana y su visión de sí misma como el rebaño de Dios, naturalmente tenía que ser el lobo la mascota de Satán. En otras regiones del mundo: tigres, osos, hienas, se encargarían de la tarea. Infinidad de pruebas existen de que las supersticiones son cosa seria, pueden dirigir la vida cotidiana y hasta producir decretos supremos. En Argentina, desde 1973, el Presidente debe, por ley, apadrinar a los séptimos hijos para aplacar  la marginalización que estos sufrían por ser considerados portadores de la maldición del “lobizón”. Las séptimas hijas reclamaron de inmediato también beneficiarse del padrinazgo presidencial, ellas también podían convertirse en mujeres-lobo. No sabemos si después los lobizones pasan a ocupar puestos al servicio del gobierno.


El hombre–lobo va al cine

En el cine, el primer hombre-lobo fue una mujer. El intento inicial de adaptar esta tradición se realizó durante el periodo silente y fue un cortometraje, hoy perdido, titulado “The werewolf” (1913), donde una bruja navajo enseña a su hija a dominar el maleficio de la transformación lobuna. Siguieron títulos como “The Wolf Blood” (1925), en el que un hombre herido al no hallar  donante de sangre, recibe una transfusión de un lobo, con obvias consecuencias. Hollywood  ingresaría al subgénero con “Werewolf of London” (1935), una cinta menor con toques de comedia que sería la responsable de relacionar la mutación del hombre en lobo con la luna llena.  Otra película influyente sería la protagonizada por Lon Chaney Jr., hijo del mítico actor del cine silente experto en metamorfosis, “The Wolf Man” (1941). En esta cinta se introduce la posibilidad de vencer al hombre lobo con un objeto de plata, en este caso un bastón, pero después serían balas. El subgénero se agotaría rápidamente por acción de cintas repetitivas y de bajo presupuesto hasta caer en la auto parodia para el solaz adolescente como en “I was a teenage werewolf” (1957) y en las muchas secuelas de la española “La marca del hombre lobo” (1967). Recién en los ochenta, el hombre-lobo reaparecería con nueva pelambre.


El hombre-lobo prefiere Londres

No hay duda que la ciudad preferida del hombre-lobo es Londres. La capital del Imperio Británico, que representa también el imperio de la razón, es el escenario perfecto para que un ser sobrenatural actúe con impunidad ante la incredulidad inicial de los ingleses. De todas las mercancías que extrajeron británicos de sus colonias, no es de extrañar que casualmente terminen importando alguna maldición venida del mundo no occidentalizado o traída por migrantes que no siempre dominaban el inglés. Así tenemos al botánico inglés que contrae el mal en una excursión por el Tibet en “Werewolf of London” (1935), el gitano que muerde al sorprendido Lon Chaney Jr.  en “The Wolf Man” (1941), e incluso un turista norteamericano terminará alterando la paz de la metrópoli en “An American Werewolf in London” (1981).   

Como es habitual en el cine de horror, es necesario situar el origen de lo inexplicable al margen de la ciencia y la cultura que la produce. Así médicos, policías e incluso la propia víctima tendrán que dar muchas vueltas antes de convencerse que ante este mal nada pueden hacer los laboratorios, sino los amuletos, los conjuros y especialmente las balas de plata. El espectador será testigo indulgente del desatino de sus pares en la pantalla: el cine de horror a veces es un escarmiento contra la soberbia de la razón. En una escena de “The wolfman” (2010), un homenaje a las primeras cintas del subgénero, el hombre-lobo Benicio del Toro es sometido una terapia decimonónica con electroshock e inversiones en agua, todo para que llegado el momento, se transforme ante el horrorizado plantel de médicos que simplemente asistía a una reunión de rutina. 


El hombre-lobo camina en dos piernas

A diferencia de lo que dicta el folklore donde el humano se transforma por completo en lobo, debido a las limitaciones de los efectos especiales, el cine de horror pionero propondría en cambio una criatura que, aunque velluda en extremo y poseedora de colmillos y garras, camina erguida y carece de hocico. Esta sería la imagen del hombre lobo en las cintas iniciales. Sin embargo, la propia metamorfosis sería parte importante del espectáculo. En un principio tendremos modestas mutaciones como en “Werewolf of London” (1935), donde el protagonista simplemente camina delante de una sucesión de columnas para reaparecer progresivamente más peludo. En “The Wolf Man” (1941) todo se concentra en los pies y su traslado en garras. Con el posterior desarrollo de los efectos especiales obtendríamos una de las más recordadas mutaciones, la que aparece en “An American Werewolf in London” (1981), donde en medio de gran dolor, tejidos y huesos se reacomodan a la forma lobuna. En “The Company of Wolves” (1984), la fiera habita al humano que sólo tiene que remover su piel para descubrir su lobo oculto, muscular y sanguinolento.  Digital y decepcionante es en cambio la metamorfosis en “The wolfman” (2010).


El hombre-lobo nos habita

“Incluso el hombre que reza sus oraciones por la noche puede convertirse en lobo cuando la luna llena brilla”, dice un personaje en un pasaje de “The Wolf Man” (1941). Así es, el mito del hombre lobo se alimenta de una variedad de pulsiones humanas. El lobo es símbolo de lo salvaje, de la naturaleza y por tanto de la sexualidad animal. Tal vez este sea otro motivo por la cual la figura del hombre lobo suele contraponerse a contextos encorsetados y sobrios. Así tenemos, por ejemplo, una película notable como “La bestia” (1975) de Walerian Borowczyk, sobre las fantasías de una dama de la aristocracia por ser poseída por una fiera mitológica y fornicadora. En “The Howling” (1981), mujer y hombre se transforman durante la cópula: el orgasmo como la liberación de la bestia interior. En la exquisita “The Company of Wolves” (1984), una retorcida adaptación de la Caperucita Roja, los lobos representan “aquellos apuestos y encantadores extraños de los que hay que alejarse”, como bien aconsejan las abuelas.

El mito también se nutre de la enfermedad metal. Hombres  que en una mala hora se inclinan por el asesinato y el canibalismo. De ahí surge la llamada “licantropía”, el delirio de sentirse en el cuerpo de un animal, que ha sido bien documentado por la siquiatría. En este sentido, tenemos la película más realista sobre un “alobado” en la notable “El bosque del lobo” (1971) de Pedro de Olea, la historia real de un humilde vendedor ambulante que atacado por episodios de locura deviene en asesino en serie. Los hombres-lobo más temibles son aquellos de modales serenos.

Este y otros artículos sobre cine de horror serán publicados en el próximo número de la revista Ventana Indiscreta


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3 comentarios:

Iván dijo...

el origen del hombre lobo se remonta a la antigua grecia

Courier dijo...

Nunca pasará a la historia el hombre Lobo fue único y sobre todo que generó terror en su época.

Hosting dijo...

Esto empezó si no me equivoco en la época de los 60 generando grandes espectativas en la industria del cine y en los espectadoras.

Actualmente los hombres lobos de las actuales películas ya no generan ese pavor que el antiguo hombre lobo causaba.