La disciplina del placer

¿Qué otra película puede ser tan buena en abrirte el apetito? A pesar que en su compañía se han ingerido toneladas de pop corn, el cine no quiere tener mucho que ver con el hambre. Tal vez con el hambre del que se muere de hambre, para ver cómo muere, pero el apetito de a pie es antidramático. ¿Cuantas veces hemos salido de un cine conmocionados por agudos bosquejos de la condición humana? Tal vez muchas. Pero ¿cuándo con las ganas de agacharnos frente a un plato de sopa, y comerla con palitos, si es posible?. Sólo con la japonesa “Tampopo” (1984), la búsqueda dramática de la sopa perfecta, se salía del cine conmovido por las pasiones que nacieron entre el corazón y el ombligo.

Para hablarles de “Tampopo”, he de comenzar por el final que es en realidad el comienzo: un bebé lactando con deleite. La primera experiencia que da origen a todo ritual de la alimentación humana. “Tampopo” es una recreación de las pasiones del hombre a través de la satisfacción del hambre. Que nos lleva sin demora a la idea del placer, que inevitablemente termina confundiendose con aquel otro sumo placer, que es el sexo. “Tampopo” es como un relato con extensas notas a pie de página. Su historia central, un autodenominado “noddle western”, es interrumpido por escenas que recrean ceremonias del gozo gastronómico.

Si existió el “spaguetti western”, sin que haya tenido que ver en realidad con los spaguettis, el director Juzo Itami, más preciso, calificó su comedia como “noodle western” porque además de inspirarse en aquel género, “Tampopo” es en efecto una película sobre fideos. El camionero Goro y su ayudante acuden casualmente a un modesto restaurante donde sirven la tradicional sopa de fideos. En el local los visitantes perciben cierta hostilidad de los parroquianos, pero el imperturbable Goro no piensa dejarse molestar por ningún lío hasta que haya terminado su sopa. No en vano parece ser el único japonés que usa un sombrero de vaquero a todo momento, hasta en la bañera, como comprobaremos después. La dueña del local, la joven viuda Tampopo, impresionada por el aplomo de Goro a la hora de comer, le pide su opinión sincera sobre la sopa que sirve. Goro la califica de mediocre y le corrige un par de errores de cortesía. Tampopo le suplica, agarrada a la puerta de su camión que está por partir, que sea su maestro en los rigores del arte de la sopa de fideos. No sin dudarlo, Goro acepta y entrena a Tampopo en los detalles de la correcta preparación y hasta en la actitud ante el cliente. El cocinero no debe perder de vista la reacción de sus comensales: no hay peor ofrenta que un plato a medio acabar. Tener categoría era lograr que el cliente incline la sopera en total verticalidad. Reverencia que sólo gozan las mejores sopas de Tokio.

En el transcurso de su conversión, Tampopo irá descubriendo que en el refinamiento del buen comer suelen encontrarse demasiadas respuestas para una misma pregunta, y que ingredientes de peso son también ciertas taras y exquisiteces sociales. En especial en una sociedad tan estrictamente ritualizada como la japonesa. Así pues, Tampoco no sólo fracasará varias veces en la búsqueda de una receta de autor, que se acerque a lo que cada quien considera la sopa ideal y que al mismo tiempo sea única entre todas las demás; sino que también enfrentará la poca de fe en ver a una mujer convertida en maestro de los fogones. En la película, los restaurantes de sopa son como las cantinas del Oeste, lugares de congregación masculina donde a veces el cocinero debe defender el honor de su caldo con retos a duelo. Y como en toda ruda competencia, Tampopo también hará trampas: como indagar en la basura de buenos restaurantes o espiar a un cocinero.

Las escenas que van sucediendo paralelas a la trama principal redondean estupendamente la sazón de esta película. Son pasajes que van del costumbrismo al erotismo. La sociedad japonesa retratada desde sus refinamientos en el comer. Tenemos así un ceremonial almuerzo de negocios, que termina en estafa; la solemnidad de quienes ordenan en un restaurante de lujo; una absurda clase de etiqueta donde señoritas niponas aprenden a comer spaguettis con occidentales tenedores; incluso una mujer que muere inmediatamente después de servir la cena familiar. El marido aflijido ordena a sus hijos: “Sigan comiendo. ¡Es la última comida que hizo mamá!. Coman mientras esté caliente”.

Mayor exquisitez aún ofrecen los encuentros carnales de un joven gansgter con su amante. En estas escenas, el apetito sexual y el alimenticio comparten recetarios. El cuerpo, sobretodo femenino, resulta ser el acompañante propicio de frutas, salsas y hasta mariscos. En una insólita escena, una yema de huevo es trasladada intacta entre las bocas de los amantes, para reventar finalmente dentro de ella, en elocuente metáfora.

Mostrar más imágenes de "Tampopo"












5 comentarios:

Carlos Caillaux dijo...

Nunca dejas de sorprenderme con tus comentarios y buenos hallazgos.
Saludos

Kimono dijo...

Te felicito por las películas extrañas que nos descubres.

Anónimo dijo...

Qué buen blog y estupendo post.
Te estoy enlazando al mío.
Saludos

Sophia Durand Fernández dijo...

Creo que no soy la única que piensa y siente lo mismo. Placeres, los que adornan la vida!

xxx dijo...

vi esta pela hace poco. muy divertida. me encantó.