Los triunfos y los fraudes

Orson Welles inició su carrera cinematográfica en la cima. A partir de ahí sólo le quedó descender por la pendiente impuesta por la antipatía hollywoodense contra este genio que no escupía monedas. Sus esfuerzos por completar otro film, a pesar de la permanente incomprensión de sus productores, tuvieron éxito por última vez con “F for Fake” (1974). Así como en su debut, su involuntaria despedida del cine también dio visos del futuro. “F for Fake” es una violación al género documental. Es un film sobre la falsificación y una película fraudulenta al mismo tiempo. Vestido de mago, ejecutando trucos ante unos niños, Welles nos promete que, durante una hora, no dirá ni una mentira en su relato sobre tres maestros del engaño.

Orson Welles no atrajo el interés de la industria del cine por sus extraordinarios logros en el teatro, sino por haber perpetrado un timo radiofónico. Su legendaria transmisión de “La Guerra de los Mundos” en 1938 convenció a una audiencia horrorizada que los marcianos habían invadido Estados Unidos. La jugarreta dio la vuelta al mundo y su responsable en lugar de ir a prisión, fue a Hollywood. Los estudios RKO ofrecieron a Welles un contrato insólito: absoluto control artístico de dos películas. Entusiasmados por la hazaña mediática de Welles, los ejecutivos de la RKO debieron pensar que con libertad creativa y gran presupuesto este geniecillo sería su nueva gallina de los huevos de oro. Mal que bien, la primera película fue la maravillosa “Ciudadano Kane” (1941), una revolución en todos los aspectos de la creación cinematográfica. Pero nadie, excepto los críticos, tenía ánimo para aplaudir sus inmensas virtudes. El magnate William Randolph Hearst había utilizado su poder para sabotear su distribución creyéndose, arrogante él, la única fuente de inspiración del personaje principal. Fue así como los pobres ejecutivos comprendieron que aliarse con Welles era perder la billetera. “Citizen Kane” tuvo una rentabilidad mínima y la RKO alertada reclamó el control de la siguiente película del contrato: “The Magnificent Ambersons” (1942), cuyo corte final fue alterado radicalmente y forzado a terminar en “happy end”. Todo para impedir, en vano, que parezca otra “genialidad” de Welles. Poco después, los estudios RKO no sólo dan por terminado todo pacto con el genio, sino que escarmentados asumen un nuevo eslogan empresarial: “Showmanship in place of Genius" (“Espectáculo en lugar de genialidad”).

A partir de entonces, Orson Welles difícilmente podrá esquivar las imposiciones de los estudios sobre sus películas. Como quien corrige la tarea del alumno indisciplinado, los productores no dudaron en volver a filmar escenas, agregar secuencias explicativas, aligerar dramáticamente el metraje y cerrar felizmente las tramas. Más de una vez Welles advirtió que sus películas se habían vuelto irreconocibles ante sus ojos. Pero ni siquiera con retoques, su cine logró alguna vez la compresión del público masivo que no estaba preparado para su originalidad. El capital le fue aún más escurridizo y su obesidad prosperaba. A comienzos de los 70, Welles encontró en la apasionante historia del pintor Elmyr de Hory y su biógrafo Clifford Irving el sustento para intentar otra novedad en el cine.

Picasso, Modigliani, Matisse habían hablado a través del pincel de Elmyr de Hory. Es muy posible que todavía ahora en los grandes museos, discretas obras maestras que ostentan la firma de algún genio de la pintura en realidad hayan sido pericia de aquel pintor húngaro. Aunque Elmyr afirmaba provenir de una familia oligarca, se sabe que más bien era de clase media. En su juventud los nazis lo confundieron con judío pero acertaron en cuanto a su homosexualidad, así que lo mantuvieron prisionero. Logró escapar, regresó a Hungría donde encontró muertos a sus padres. Emigró a París donde quiso hacer de su habilidad como pintor su sustento de vida. Pero sus cuadros no gustaron a nadie al grado de querer comprarlos. Un día una mujer le pregunta ¿a cuánto ese Picasso? Elmyr, que lo había pintado unos días atrás, descubrió entonces que podía mejorar su vida reproduciendo el arte de otros. A diferencia de los falsificadores anónimos, Elmyr no copiaba obras existentes sino que inventaba nuevas según el estilo de algún maestro, impresionistas preferentemente. Las firmas falsificadas aparecían después, simplemente para redondear el engaño. Elmyr dice que no salieron de su pincel. Elmyr y los vendedores de arte con quienes se asoció, vendieron cuadros apócrifos a coleccionistas y museos por grandes sumas. Los expertos no hacían más que despistadamente respaldar la autenticidad de sus fraudes. Sin embargo, como le gustaba remarcar, Elmyr estaba lejos de ser el más beneficiado de sus falsificaciones. Los marchantes traficaban sus pinturas por varios fajos de dinero y a Elmyr siempre le tocaba el más delgado. Cansado de los sobresaltos de ser un timador, Elmyr se refugia en la isla de Ibiza en donde vive tranquilo enviando cuadros a los vendedores a cambio de una cuota fija. En Ibiza, seguramente en alguna de las muchas fiestas que daba, Elmyr conoció a Clifford Irving, un escritor.

Con tres novelas publicadas Irving sólo había obtenido muy buenas reseñas pero nada de dinero o fama. Comenzaban los 60 cuando se mudó a Ibiza donde se topó con el personaje que le daría su mejor libro y una temeraria inspiración para su vida. Se hizo amigo y biógrafo de Elmyr de Hory. El mundo conocería a Elmyr, el más grande falsificador de arte de nuestro tiempo, a través del libro “Fake” (1969). Asombrado por la facilidad con que se obtiene dinero con una falsificación esmerada, Irving decidió probar suerte con su propio timo en el campo biográfico. Acudió a la editorial McGraw-Hill, que había publicado sus libros anteriormente, ofreciéndoles la autobiografía del famoso millonario Howard Hughes. Era el personaje perfecto para unas falsas memorias. Hughes había un sido exitoso productor de cine, inventor, aviador, aventurero, empresario codicioso, mujeriego con actrices de cine, pero para ese entonces era un hombre poderoso bajo el control de una obsesión compulsiva. Vivía recluido en hoteles y desde la oscuridad de sus habitaciones, en las que veía películas constantemente, dirigía un imperio mientras se dejaba llevar por la locura. Nadie lo había visto desde hace mucho, se decía incluso que podía estar gravemente enfermo sino muerto. No parecía que Hughes fuera a tomarse la molestia de abandonar su aislamiento para desmentir otro pasatiempo de la prensa acerca de él. Así que Irving con cartas falsas convenció a McGraw-Hill que el magnate había decidido que Irving sería su biógrafo a quien daría entrevistas privadas. Los papeles truchos de Irving persuadieron a los taquígrafos de su auténticidad y el escritor obtuvo de la editorial una gran suma de adelanto. Hasta que el mismo Hughes tomó el auricular y dio una conferencia de prensa. Declaró no haber hablado con Irving en su vida. El escritor impostor, antes de confesar su crimen, afirmó que la verdadera falsificación era aquella voz en el telefóno que decía ser Hughes.

Orson Welles creyó que debía poner su nombre junto a los de Elmyr e Irving en un ensayo sobre la mentira en el arte, sintiéndose él mismo un devoto del fraude. Este artista que se había iniciado montando las más soberbias irrealidades en el cine, ahora pretendía desenmascararse. Ejecutó “F for fake”, un documental-ensayo que es una lección de posmodernismo. Abiertamente reflexiva, auto referencial, lúdica, desencantada y gustosa en desarmar creencias. Welles se presenta a sí mismo como un charlatán, otro ilusionista del arte que logró atención gracias a un engaño radiofónico.

En “F for fake”, Welles evita toda reminiscencia al estilo visual que caracterizó a su cine anterior y desconcierta al espectador con un formato de film que demanda un pacto previo. “Para este experimento, damas y caballeros, quiero pedir prestado un objeto personal de su bolsillo”, dice Welles vestido de mago y frente a los ojos de un niño hace desaparecer una llave. “El mago es sólo un actor haciendo de mago”, nos dice. Entonces el espectador es tan responsable como el actor en urdir el engaño, pero aquí explícitamente se no pide que entreguemos “la llave”. Pues estamos avisados y al mismo tiempo no sabemos, o no queremos saber, que estamos participando. Como los hombres que voltean a contemplar a Oja Kodar, la bellísima amante de Welles, que en la primera secuencia se pasea por la calle mientras cámaras escondidas registran todo tipo de expresiones de deseo de actores involuntarios.

A pesar del juramento de Welles de no decir mentiras, “por una hora”, durante su exposición de los casos de Elmyr, Irving y el suyo propio, el espectador no puede bajar la guardia en ningún momento. “F for fake” es un tramado sumamente juguetón donde se mezcla la veracidad con el sinsentido, la Historia con los chistes privados y donde lo más ligero parece tener doble significado. Por esto todo lo dicho suena dudoso y la superficialidad aparente de las historias más bien revelan que cotidianamente se están perpetrando otros engaños mucho menos obvios.

Y para engaños qué mejor que el arte, incluso la noción de lo que es arte y quien es autor son factores proclives al fingimiento. Elmyr, como otros falsificadores, debe su éxito a los expertos. Él pintaba expresamente las características que sabía los peritos tenian como indicadores de autenticidad. Una vez adquiridos por los museos y pasados algunos años, estos cuadros se convertían automáticamente en auténticos. Incluso, una vez desenmascarado Elmyr, para los museos a veces era inaceptable la humillación de descolgar ese Picasso fraude y aceptar haber sido timados. Así es, “F for fake” es un dura crítica a la codificación del arte a través de los expertos, que no son más que un “regalo de Dios para los falsificadores”.

Para un director que siempre entendió que en la edición reside el oficio del cine, “F for fake” representó su mayor esfuerzo. Utilizando tomas de un documental previo sobre Elmyr realizado por François Reichenbach, sus propias entrevistas, pasajes de una película de marcianos, entre otros materiales, Welles trabajó todo un año en la edición de esta película. Como era de esperarse no fue comprendida y los distribuidores bostezaron al verla, pero eso no podía importar demasiado. Como el mismo Welles recita en “F for fake”: “los triunfos y los fraudes, los tesoros y las falsificaciones, nuestras canciones todas serán silenciadas. Pero qué importa, sigamos cantando.”

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7 comentarios:

Mario dijo...

¡¡Se ve realmente interesante!! Como siempre, excelente descubrimiento. Saludos.

nube. dijo...

uhhh!! no tuve oportunidad de verla. Citizen Kane! es increible y todo su trabajo en radio siempre me capto la atencion. Buen dato. Conoces la ultima entrevista que dio por tv?? segun dicen murio apenas 2 horas despues de otorgarla, pesaba como 400 kls pobre... un idolo.

Anónimo dijo...

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Vicky Q.

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