La impura y la higiénica

El cine de Isabel Sarli y Armando Bó


Dicen que allá donde se intenta obstruir los placeres sensoriales, se goza mucho más con ellos. Nada es exquisito si antes no intentaron ocultártelo. Pero descuidado quien debía asegurarse que así fuera. En Argentina, una mañana un ventarrón hizo volar el brassier de la Censura y unas tetas generosas nadaron por una pantalla de cine. No se trataba de un enlatado procedente de algún país nórdico, era una hermosa mujer desnuda y nacional. Entonces el pueblo no permitió que se vuelva a vestir. Entrada bien la noche, reapareció muchas veces como “la tentación desnuda” o “desnuda en la arena”, siempre desnuda. En los boliches indecorosos, entre nubes de cigarrillo, se esperaba el próximo baño de la higiénica.

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Arriba.Retoque sobre un fotograma de “El trueno entre las hojas”(1959)
Abajo.Fotograma de la redundante "Desnuda en la Arena"

I
Usted podría ser galán de cine

En Rio de Janeiro, el joven Armando Bó recibió un buen consejo. Se lo dio Carmen Miranda, la actriz y cantante que coronada con bananas reinó en Hollywood como la personificación del exotismo sudamericano. A decir verdad, el consejo se lo hubiera podido dar cualquiera. Bó era un muchacho alto, guapo y con un físico entrenado en el básquet. En un campeonato en Brasil, Bó conoció casualmente a Miranda y esta, tal vez con cierto ánimo de piropo, le sugirió que probara suerte como galán de cine. Como no es igual que te lo diga tu mamá o una actriz famosa, en el acto Armando se inscribió en una escuela de arte dramático.

Por aquel entonces el cine argentino podía ser esperanzador para los guapos de esquina. La cinematografía argentina se destacaba como la más industrializada de Sudamérica. Desde los años 30, en Argentina el cine ya emulaba eficientemente los parámetros de Hollywood: grandes estudios, producción sostenida, promoción de estrellas y la mira bien puesta en el triunfo de taquilla. Cada año decenas de películas competían, dentro y fuera de Argentina, por vender al público melodramas porteños, mitologías del tango o nostalgias gauchas. Así pues en las ciudades quien se creyese con la pose y la pinta necesarias, podía soñar con ingresar en la pujante industria nacional y emplearse como galán.

"El trueno entre las hojas" (1959)
Pero a él no le lanzaron la puerta en la cara. Pronto Bó encontró trabajo en Establecimientos Filmadores Argentinos empleado como “hombre apuesto con poco que decir” en títulos como “Y mañana serán hombres” (1939), “Si yo fuera rica” (1941), “La maestrita de los obreros” (1942) o “El más infeliz del pueblo” (1941). En esta última trabajó con otra actriz aspirante, Eva Duarte, por entonces de pelo negro, procedencia provinciana y alguna experiencia teatral. Bó se la encontraría nuevamente para ser su enamorado secreto en “La cabalgata del circo” (1945), poco tiempo antes de que ella abandonara el cine para asumir su rol definitivo como Evita Perón. Bó continuó su carrera de actor hasta que por fin pudo protagonizar dos películas de época fracasadas (“Villa Rica del Espíritu Santo” y “Los tres mosqueteros” en 1945). Quizá agobiado por los altibajos de la vida de un actor sin demasiado talento, mientras otros saboreaban las tajadas más jugosas del mercado del cine, Armando Bó optó por hacerse productor. Con todos sus ahorros fundó en 1946, la Sociedad Independiente Filmadora Argentina (S.I.F.A.) cuyo primer producto sería toda una revolución popular.

En Argentina corrían nuevos aires, Juan Domingo Perón acababa de asumir el poder y los pobres estaban de moda. El peronismo ya había sido augurado por el cine argentino antes de que aquel imperara en la política. En películas como “Mujeres que trabajan” (1938) y “Elvira Fernández, vendedora de tienda” (1942) se defendían tramas donde había sindicalismo, tensiones entre clases sociales y ciudadanía femenina. Sin embargo, la mayoría de películas argentinas por ese tiempo preferían las adaptaciones insulsas de clásicos de la literatura occidental o los melodramas declamatorios, todas ellas planificadas desde un Buenos Aires que se sentía una comarca desprendida de Europa. Pero desde los años 30 penetraron en el próspero Buenos Aires hordas de provincianos que no tenían idea de quién era Alejandro Dumas y que las clases altas llamaban con cariñoso desprecio “cabecitas negras”. Sus brazos pusieron en marcha a la industria y se aliaron en poderosos sindicatos. Naturalmente el cine tenía que responder a este público. El trabajo obrero ya no sería mostrado solamente desde el esfuerzo por conseguirlo y conservarlo, sino como pertenencia y orgullo de clase, y la barriada ya no podía ser sólo la guarida de la perdición y sino cuna de los más espectaculares hijos del pueblo.

"El trueno entre las hojas" (1959)
Armando Bó lo entendió rápidamente. La austera S.I.F.A no había nacido para adaptar el “El Conde de Montecristo” sino las viñetas de un cronista de futbol (Ricardo Lorenzo, apodado “Borocotó”). El resultado sería “Pelota de trapo” (1948), dirigida por Leopoldo Torres Ríos, donde Bó interpreta a un muchacho de barrio, conocido como “Comeuñas”, que junto a otros desnutridos forma un equipo y triunfa en las canchas, hasta que un mal cardiaco lo pone fuera de combate. Nadie hubiera apostado a que el público iría al cine para ver futbol. Pero la multitud que en total acudió a ver “Pelota de trapo” habría llenado estadios. Hoy es considerada una película clave (alentada también por el neorrealismo que por entonces ocurría en Italia) que elevó a las grandes pantallas argentinas aquel mundillo de los pibes peloteros, las madres proletarias, los inmigrantes picaros y, en el habla, la chacota de arrabal que levantó las cejas de la censura. “Pelota de trapo” era el mejor inicio posible para Armando Bó como productor. Llegó a decir: “¡Pelota de trapo soy yo!”, complacido de la buena estrella que le permitió reunir a un guionista y director talentosos ante una refrescante idea que Bó pescó de la cultura popular. Y el pueblo también quedó complacido, tanto así que “Sacachispas”, el equipo ficticio de la película, fue hecho realidad y hasta hoy existe.

Al año siguiente, Bó tenía una nueva película sobre otro héroe del pueblo: Justo Suárez, “el torito de Mataderos”, un boxeador que durante los años 30 deslumbró con su estilo acriollado y su simpatía, alcanzó las máximas glorias del peso ligero y fue noqueado por la tuberculosis a los 29 años en la absoluta miseria. Era una historia perfecta para otro éxito multitudinario. Pero no resultó, como tampoco lo hicieron sus siguientes producciones que decrecían en creatividad con la misma velocidad con la que se realizaban, como “Sacachispas” (1950), primer refrito de “Pelota de trapo”; “Con el sudor de tu frente” (1950); “Fangio, el demonio de las pistas” (1950), sobre otro héroe deportivo, esta vez un pentacampeón de Formula 1; “Mi divina pobreza” (1951), “Yo soy el criminal” (1951), “En cuerpo y alma” (1951), “Honrarás a tu madre” (1953), “El hijo del crack” (1953), otra secuela de “Pelota de trapo”, con la participación de celebridades futbolísticas, donde el héroe lucha por defender su gloria pasada a pesar de la mala salud. Algunos fracasos después, Armando Bó incursiona en la dirección, tal vez también para ahorrar costos, con títulos como “Sin familia” (1954) y “Adiós muchachos” (1955) de los cuales hoy no queda rastro. Tantos tropiezos lo pusieron al borde de la quiebra, necesitaba otra novedad que pudiera explotar en el mercado del cine. Sin ni siquiera elegirla, la suerte lo puso frente a otra oportunidad.

"El trueno entre las hojas"(1959)
Pero la decisión la tomaría otro Bó. Su siguiente proyecto se realizaría en asociación con otro productor, apellidado casualmente como él, el paraguayo Nicolás Bó. Filmarían un librero de Augusto Roa Bastos, guionista de su propio cuento, sobre una insurrección de campesinos en medio de la agresiva selva paraguaya, “El trueno entre las hojas”. Nicolás Bó, que era un importante empresario de la televisión, a lo mejor pensó que sería bueno asegurarse el éxito de taquilla poniendo en un lugar llamativo del reparto a Miss Argentina. Tenía el teléfono de la última coronada: Hilda Isabel Sarli. Armando y Nicolás fueron a visitarla a su modesta vivienda. Nicolás quedó muy impresionado inmediatamente, pero Armando no se emocionó con aquella morocha de veinte años, muy tímida, sin la más mínima experiencia actoral y cuya madre metiche llamaba con el apodo de Coca. Pero Nicolás seguía fascinado con ella y como era él quien ponía la plata, al otro Bó no le quedó más que aceptarla como la estrella de su próxima película.

"El trueno entre las hojas"(1959)
Un chapuzón más para Isabel Sarli pero un gran salto para el cine argentino. Hasta entonces al público sólo se le había permitido suspirar o escandalizarse en vano con la espalda desnuda de la adolescente Olga Zubarry en “El angel desnudo” (1946) de Carlos Hugo Christensen. Más de diez años después, “El trueno entre las hojas” inició la detallada exploración de otros parajes de la piel. Desprovista de esta audacia pionera, la película habría caído en el olvido. Sin embargo, “El trueno entre las hojas” está entre lo mejor que ha dirigido Armando Bó, maravillado también por el prodigio acabado de descubrir y que daría sustento a su cine en adelante.

Al inicio el escritor Roa Bastos nos estremece con esta nota: “el trueno cae entre las ramas, los animales comen de los arboles, los hombres comen animales, y al fin se desata entre los hombres la violencia del trueno”. Así tenemos como personajes a un patrón en el delirio del autoritarismo, unos peones embrutecidos por la pobreza y un recién llegado que explotará de indignación, todo esto en una finca perdida en la selva paraguaya donde la naturaleza agresiva no hace más que avivar la locura. Armando Bó es nuevamente el protagonista. Un actor de pocos recursos, a veces sorprendido por la cámara antes de “ponerse” la expresión que corresponde a la escena. Esta vez es un fugitivo (de un amor desgraciado, como sabremos después) que se entera de la existencia de una finca, comandada por un gringo, donde los peones son tratados como esclavos y no tienen posibilidad de retorno. Le aseguran que si lo que busca es esconderse nadie irá a buscarlo hasta allá. Sin perder un minuto, pide ser contratado y padece como sus compañeros de los atropellos impuestos por la voluntad del patrón. Su castigo predilecto consiste en atar al prisionero a cuatro estacas para que las hormigas más gordas de la selva vengan a mordisquearlo. Naturalmente, el héroe se indigna y exhorta a los otros peones a reaccionar. Las tensiones explotan cuando el pistolero del patrón es encontrado muerto. En medio de todo esto llega al lugar la joven esposa del patrón (Sarli), hablando con voz prestada pero en total dominio de su exquisita figura. La visita resulta perturbadora. El patrón comienza a delirar por la malaria y el desdén de su esposa, los peones le tocan serenatas sublimando deseos de violación, mientras el héroe se contiene por no distraerse de sus planes de sublevación.

"El trueno entre las hojas"(1959)
La respetable denuncia social de Roa Bastos, interesado en reflejar los excesos del poder, bajo los parámetros explotation de Armando Bó contó con pésimos actores y un acabado técnico lleno de desperfectos. Pero a la larga “El trueno entre las hojas”, con sus estereotipos, el extremismo del entorno y la exuberancia de Sarli, como otra trampa de la naturaleza, resultó muy influente para el cine posterior de este director. El éxito permitiría que Bó continúe trabajando con Roa Bastos para la siguiente película, “Sabaleros” (1959), otro violento drama rural con Sarli en el centro del afiche.











II
La morocha del escritorio

Nació en Concordia, Entre Ríos, en el norte de Argentina. El paisaje parecía anticipar los escenarios en los que se desenvolvería la futura estrella de cine: selva tupida y húmeda, ríos y cataratas aptas para bañistas. “La higiénica”, la llamarían después por su gusto por el agua.

Como toda estrella con el pudor de la edad, ha fomentado imprecisiones acerca de su año de nacimiento. Pero se sabe que fue inscrita dos veces a mediados de la década del 30. Primero en Concordia bajo el nombre de Hilda Isabel Gorrindo, hija de un hombre humilde que gustaba de tocar el violín y cuya imagen se evaporaría muy pronto de su memoria. De lo poco que recordaría de su paso por Concordia estarían los golpes de la pobreza. Antes de cumplir un año, Hilda Isabel repelió el desahucio que un médico pesimista le había diagnosticado ante un cuadro crónico de erisipela. Menos suerte tuvo su hermano menor que falleció de pulmonía un año después. La madre, María Elena Sarli, hija de inmigrantes italianos, sin dinero para enterrar a su hijo, decidió dar por muerto al marido que había migrado a Montevideo con la esperanza de encontrar trabajo, y partió con la pequeña Isabel a Buenos Aires. Allí, como residentes de un barrio de “cabecitas negras”, vecino a la Penitenciaría Nacional, Isabel fue reinscrita bajo el apellido y la tutela absoluta de su madre.

"La diosa impura" (1964)
En la capital, la vida de Isabel sería regida por la estrechez, la indesmayable supervisión materna y la certeza de que los hombres constituían el mayor peligro de la urbe bonaerense. La pequeña Coca, como apodaba Maria Elena a su hija, había crecido en la demostración que los enredos con el sexo masculino, especialmente si además eran muertos de hambre, tenían que ser evitados a toda costa. Así Isabel desarrolló una timidez tenaz, sólo salía para ir a la escuela y en la escuela era la que peor bailaba. Después estudió dactilografía y taquigrafía. Obtuvo empleo como secretaria en una agencia de publicidad. Pero si bien su carácter había sido moldeado por su madre para comportarse con la mayor moderación, el mandato de su desarrollo corporal se estaba desviando por el camino contrario. Desde adolescente, Isabel debía encubrir su esbeltez altanera: una cinturita que se expandía hacia un busto arrogante. Como muchas carreras de la farándula que se iniciaron gracias a que el titular faltó por estar enfermo, en la agencia de publicidad donde Isabel trabajaba, un productor necesitaba suplir a una modelo para un aviso, así que puso el ojo en esa morochita del escritorio aquella que no estaba nada mal.

Lo que más le gustaba a Coca de ser modelo era la paga. Las luces y las cámaras sólo le ponían nerviosa, pero pensó que era un sacrificio mínimo en comparación de todo lo que había padecido su madre por algo de dinero. María Elena veía con desconfianza la nueva carrera de su hija y supervisaba personalmente que las faldas y los escotes que usaba para los anuncios, cubrieran todo lo que después el mundo entero vería. Naturalmente, el modelaje la llevó a los concursos de belleza y en 1955 fue coronada Miss Argentina. Con el peronismo en pleno, el jurado esta vez se había inclinado por una belleza “más autóctona”, a diferencia del año anterior en que la argentina más bonita parecía una sueca. De un momento a otro, Isabel se vio estrechando la mano del General Perón que le confesó coqueto que ella era la más importante de sus embajadores. Isabel Sarli era la belleza oficial y estaba en sus cinco minutos de fama, si no encontraba otra manera de explotar su bonita cara esta pronto pasaría al olvido. Inesperadamente, considerando que se sentía negada para la actuación y el canto, daría el salto al cine cuando, sin proponérselo, cautivó al solvente productor paraguayo, Nicolás Bó.

"La diosa impura" (1964)
Armando Bó, por su parte, necesitaba urgentemente un éxito que reanimara su empobrecida productora. Mientras tanto olfateaba el nuevo interés culposo del público. Desde hace poco tiempo atrás se avistaba desde el cine europeo el paisaje de la piel femenina. Ingmar Bergman había desnudado delicadamente a Harriet Anderson en “Un verano con Mónica” (1953), Roger Vadim pidió el sostén de Brigitte Bardot para ofrecer un vistazo de sus senos descubiertos en “Y Dios creó a la mujer” (1956). Todavía la piel expuesta era poca y la cámara ruborizada se deslizaba velozmente sobre ella, pero era suficiente para encender polémicas y ánimos censores, con lo que estas películas ganaban una inmensa publicidad. El propio cine argentino había intentado antes desvestir a sus actrices. El prometedor título de “El ángel desnudo” (1946) de Carlos Hugo Christensen había ocasionado una conmoción en Buenos Aires solamente con la espalda de Olga Zubarry. Pero Bó sabía de sobra que el puesto de sex-symbol del cine argentino seguía vacante. Existían divas, eso sí, pero estaban acostumbradas a cubrirse hasta el cuello. El público habría agradecido que alguna luciera una falda en miniatura, un escote extrovertido, un tul transparente o, por qué no, que no se cubriese en absoluto. Sería una formidable fuente de dinero, como lo eran para sus países Sophia Loren o Marilyn Monroe, sólo por exhibir, además de hermosura, un poco menos de recato.

Y la oportunidad se presentó con “El trueno entre las hojas”. Seguramente, al verse obligado a trabajar con la inexperta Isabel Sarli, Armando Bó pensó que le sería más difícil obtener lo que tenía en mente desde que vio “Un verano con Mónica”. Lograr que una argentina tímida, vigilada por una madre feroz, se desenvuelva desnuda para la cámara con más soltura que una sueca disipada, requería necesariamente algún embuste. Armando no le adelantaría nada de este requerimiento hasta que estuvieron en la locación, la selva paraguaya. Una vez lograda proximidad entre ambos, Armando le comentó la necesidad de ubicar un desnudo en la película, el escenario parecía sugerirlo a gritos, y había que tener en cuenta que “para ganar mercados internacionales hay que ponerse a la altura de la actualidad del cine mundial”. Isabel lo dudó mucho. Fueron necesarias muchas conversaciones entre tiernas y persuasivas: “pero no se te verá nada. Pondremos la cámara muy lejos, encima de un árbol. Sólo tienes que nadar, pero sin ropa, claro”. El día señalado evitaron que la madre los acompañe. Cuando llegaron a la laguna, las piernas de Isabel temblaban. Armando le ordenó que se quitara su traje de montar y diera brazadas en el agua. La natación era su deporte favorito. Isabel obedeció. En algo la reconfortó ver la cámara instalada a una buena distancia en lo alto: “desde ahí apenas me ven”, pensó. El primer desnudo del cine argentino se logró en parte gracias a la ignorancia de Isabel Sarli en materia de lentes.

"La diosa impura"(1964)

"La diosa impura" (1964)

"Sabaleros" (1959)

"Desnuda en la arena"(1969)

"Desnuda en la arena"(1969)

"Desnuda en la arena"(1969)

"La diosa impura" (1964)

"Embrujada" (1968)

"Embrujada"

"Carne" (1968)
“¿Qué pretende usted de mi?” ¿Cómo no asaltarla después de una pregunta tan cándida ante la opulencia obvia? Pero su candor como actriz fue tal que no llegó a decir su frase más famosa. Su línea de diálogo más citada, impresa en camisetas (una de las cuales llevo puesta, me la trajo un amigo desde Buenos Aires), nunca fue escrita en el guión de “Carne” (1968), donde se supone fue oída, ni tampoco improvisada por Isabel Sarli. Pero la ausencia de esta frase no disminuye el interés en esta película vil de Armado Bó.

“Carne” es quizá la cinta más ruda que la pareja haya perpetrado. Es una roñosa fábula machista cuyo escenario es un camal, cuyos personajes son la escoria porteña que va al laburo con chaveta en la solapa y cuya protagonista es secuestrada, encerrada en un camión frigorífico y violada repetidas veces. “Carne” es un concentrado explotation de todos los clichés bonaerenses: tango, lunfardo, lupanares, carne de res y humana. Si en otras películas la exuberancia del paisaje era analogía de la pasión salvaje que despertaba el personaje de Sarli en los hombres. En esta película, las reses que los personajes trajinan en el camal y las que devoran cotidianamente no hacen más que inspirarles el deseo de beneficiarse a la ternera más fina del lugar. El primer violador lo deja muy claro cuando asalta a Sarli en el frigorífico y de colchón utiliza un enorme corte de res. Extasiado exclama al empujarla: “¡carne sobre carne!”.

"Carne" (1968)
La protagonista es Delicia, una apetitosa mujer de arrabal, amante de Antonio (Victor Bó), el capataz del camal en el que trabaja. Como Antonio tiene su lado sensible, gusta de pintar retratos de Delicia desnuda, antes o después de acostarse con ella. Un mal día Delicia, camino al matadero, es sorprendida por Macho. La lleva a unos matorrales, vence su resistencia con un par de cachetadas y la viola. Delicia se levanta y después pide disculpas por llegar tarde al trabajo. Sucede que Macho tiene envidia de Antonio por su rango superior y, especialmente, por gozar como amante de semejante potra. Así que Macho decide someterla por la fuerza. Lo que no tenemos muy claro al principio es por qué Delicia le oculta esto a Antonio, quien incluso termina con ella a causa de su silencio. Nos queda especular que en su infinita bondad Delicia prefiere inmolarse antes que desatar viriles riñas a cuchillo, en las que incluso alguien podría morir. Mientras tanto Macho, que ya violó a Delicia dos veces, decide ganar unos pesos alquilándola a sus colegas y se la lleva secuestrada en el camión frigorífico. Afuera la patota comparte un asado mientras se van turnando con juegos de azar. Esta es la parte más “dramática” de “Carne” en el sentido en que los personajes por fin muestran alguna sutileza al verse encerrados con aquella portentosa mujer. Aunque a decir verdad siguen siendo muy poco sutiles: un tipo se aparece cantando en ruso, a un hombrecillo no le da la moral e intenta robarse la bombacha de Sarli, un viejo bravucón se desahoga y confiesa que le gustaría tener unas tetas como las de Delicia, entre otros delincuentes, menos elocuentes que se sacan la ropa apenas cruzan la puerta. Hasta que Antonio por fin aparece para repartir tortas. En medio del caos Delicia escapa. Se va a escuchar tangos a una cantina y luego toma la ducha post-violación más sensual que se ha visto en el cine: Delicia recordando las voces de sus agresores mientras apachurra sus senos.

“Carne” tiene un talante cuya torpeza técnica no hace más que recrudecer su argumento canalla. La desincronización del sonido no es un defecto tan llamativo como que de repente la imagen se tiña de azul, rojo o sepia. La edición parece hecha a golpe de navaja pero Bó no se olvida de dar un mensaje pacifista al final: “El verdadero amor puro sin concesiones y la bondad de Dios triunfarán sobre la violencia y la ola de terror que invade al mundo”. Aunque más inspirado es el que pone al principio de la película en el que agradece a los Frigoríficos Cóndor S.A , “orgullo de la industria nacional”, por el préstamo de las locaciones, y aclara que las escenas allí filmadas “nada tienen que ver con la realidad”, aunque acto seguido otro cartel lo contradiga afirmando “inspirada en hechos auténticos”.

"Carne" (1968)









III
La perdición de los hombres
(son las malditas mujeres)

Otro habría sido su destino si hubiera seguido los consejos de su madre. Nicolás Bó, el productor paraguayo de “El trueno entre las hojas”, había impuesto a esa Miss Argentina como estrella de su película y, a sí mismo, la aspiración de conquistarla. Al menos contaba con la simpatía de la madre que no quería para su hija un pretendiente con bolsillos vacios. Pero de nada le sirvió, como tampoco para impresionarla, aterrizar de sorpresa en su avioneta privada en las locaciones del rodaje (“te voy a despeinar”, le decía). Isabel se enamoró definitivamente del otro Bó, el pobre diablo, el que ya no tenía ni un cobre para financiar sus películas. Y esta elección fue determinante para dotar a Argentina de su diva desnuda.

Una vez aliviada la paliza que le propinó su madre por haberse quitado la ropa sin su permiso para la cámara y superadas las cachetadas que Isabel le dio a Armando Bó cuando descubrió en el estreno de “El trueno entre las hojas” que existía un acoplamiento de lentes llamado zoom, se hizo evidente para todos que la voluptuosidad de Sarli era una carnada que apenas había comenzado a pescar a las audiencias mundiales. Entonces Armando Bó inició una sociedad con Sarli que alcanzaría para 29 películas. La segunda de ellas sería “Sabaleros” (1959), estrenada apenas cuatro meses después del “Trueno”, otra tragedia “neorrealista” escrita por Roa Bastos, en la que Sarli es vapuleada por otra mujer en una acequia fangosa que le dejó como saldo una hepatitis y erupciones en la piel.

"Embrujada" (1969)
Le siguió “India” (1960), con cinco minutos en color, y en los que el naturismo indígena era el pretexto perfecto para mostrar las tetas. Después vino la infame “Y el demonio creo a los hombres” (1960), la más odiada de todas incluso por la propia Sarli, filmada en Punta del Este y en la que Bó masacra lobos marinos a punta de palo. Como vemos, rápidamente el cine de Bo-Sarli fue sacudiéndose de sus pretensiones de “drama social” para sumergirse de lleno en el terreno explotation. Sin embargo, en uno de los pocos actos de rebeldía que tuvo contra Bó, Sarli aceptó participar en “Setenta veces siete” (1962) bajo la dirección de Leopoldo Torre Nilsson, con Francisco Rabal de coprotagonista, una cinta con fuentes literarias, ínfulas intelectuales y con el descaro de no mostrar a Sarli desnuda. Justamente por esta audacia la película fue un fracaso en Argentina. En Estados Unidos, una mujer anónima de cuerpo semejante se encargó de enmendarle la plana y la cinta fue estrenada bajo el título de “The Female”. Sarli demandó en vano a Torre Nilsson que argumentó que los insertos pornográficos habían sido decisión de los distribuidores norteamericanos para darle interés a la cinta. Escarmentada de los mercaderes del explotation, Sarli regresó al amparo del que más confiaba, Armado Bó, y no volvió a aceptar otro director hasta que la muerte los separe.

Así como el cine clásico latinoamericano responde al melodrama, el primer cine argentino industrial acudía a la letra del tango. Según el tango, la mujer es la perdición de los hombres o su redención, nada a medias tintas. Es el amor perdido, por lo general trágicamente, la devoradora ambiciosa que acarrea el derrumbe de la estabilidad masculina o, por el contrario, es la santa, la madre, es decir el último resquicio de bondad en un mundo dominado por el egoísmo y la violencia. El cine de Bo-Sarli se apropia de los clichés del tango en un tiempo en que estos impregnaban también una serie de productos culturales de consumo popular: radioteatros, historietas, fotonovelas, revistas del corazón, novelas policiales por entregas, folletines de divulgación, etc. Además de estas influencias, Bo-Sarli dieron a la heroína del tango una corporalidad tal que su poder de catástrofe o salvación apenas necesitaba explicaciones.

"Embrujada" (1969)
Así pues los personajes de Sarli están entre la santidad voluptuosa y la ninfomanía trágica. Respecto a lo primero tenemos ejemplos en películas como “Favela” (1961), “La burrerita de Ypacarai” (1962), “La diosa impura” (1964), “Carne” (1968), entre otras. En ellas Sarli encarna a una mujer bondadosa, ingenua, de origen modesto y cuyo atractivo físico es casi una cruz pues no hace más que traerle líos al intranquilizar a los hombres y encender la envidia de las villanas. Se pregunta en vano el porqué de la animalidad masculina y, no sin antes padecer vejámenes por parte de bandoleros de barrio, patanes rurales, impotentes furiosos y pretendientes desangelados, al final se reúne con un amor auténtico que casi siempre venía con la apostura del mismo Armando Bó o, en su defecto cuando este ya estaba entrado en años, de Victor Bó, su hijo.

En la otra cara de la moneda tenemos a Sarli como mujer fatal. Bó tenía fascinación por los escenarios naturales grandiosos y en ellos el personaje de Sarli representaba una fuerza natural. A veces, cuando pretendía inocencia, se paseaba por la pantalla aparentemente ignorante de su poder de afiebrar la naturaleza, prefiriendo en cambio fusionarse con ella: zambulléndose en cataratas, hermanándose con la lluvia, errando desnuda por la selva o retozando en la arena, pero ¡ay! cuando gozaba de plena consciencia y ejercicio de sus dones, qué cantidad de suspiros se reprimían a su paso. Así tenemos películas como “La tentación desnuda” (1966), “La mujer de mi padre” (1968), “Desnuda en la arena” (1969), “Fuego” (1968), “Fiebre” (1972), “Embrujada” (1969), “Una mariposa en la noche” (1977), “Insaciable” (1984), entre otras, en ellas el personaje de Sarli constituía un destino fatídico del cual los hombres no pueden ni quieren escapar. Los que no la poseen se obsesionan con ella y los que la tienen sufren porque sospechan que no son lo suficientemente viriles para mantenerla a su lado. Por lo general, las palabras dulces son inútiles para domarla, lo que a ella le seduce son los machos a raja tabla, los que toman aguardiente para calmar la resaca, los que jamás pierden el control. Con los demás, Sarli sólo se divierte poniéndolos en ridículo y aprovechándose de ellos. Por ejemplo, inaugurando el deseo en un somnoliento pueblo selvático (“La tentación desnuda”), extorsionando hombres casados (“Desnuda en la arena”) o haciendo leña de un hombre impotente (“Embrujada”). Los personajes fatales de Sarli no buscan amor, sentimiento del que descreen, ni recobrar la inocencia perdida, sino “sentirse mujer” de manera orgánica y contundente por eso quien no esté a la altura debe perecer pues ella, como la naturaleza, es inmisericorde.

"Embrujada" (1969)
Pero más interesante que los avatares de Sarli como santa o puta, es el mundo masculino representado a su alrededor. Es curioso que varias películas de la pareja insistan en retar aquel mandamiento por el cual “no desearás a la mujer de tu prójimo”. Bajo la premisa de que la mujer es extensión del marido cuya dignidad estaría entredicho si esta lo abandona, varios han arriesgado el honor esposando a Sarli que ha sido sucesivamente “La mujer del zapatero” (1965), “La señora del intendente” (1967), “La mujer de mi padre” (1968) y, después de enterrar a varios maridos, “Una viuda descocada” (1980). Pero como casarse con Sarli es estar en peligro de perderla, aquellos que han sido sus cónyuges han corrido la suerte de ser la esquina más burlada de un triangulo amoroso. Pues ante la hembrura de Sarli, el ser viril no puede apaciguarse en el respeto de las convenciones, por el contrario debe disparar su hombría, como el filo que emerge de la empuñadura, aunque el costo sea ser apuñalado por un adversario en el intento.

Pero aquellos eran los hombres que perdían la apuesta, los personajes secundarios, en cambio Armando Bó, cuyo personaje con frecuencia era elegido por el corazón de Sarli, era más bien un galán traumado. Sus personajes solían tener un semblante meditabundo, ojos agotados y diálogos de sombría cursilería. A veces su aire apesadumbrado se explicaba por un amor del pasado, terminado por la decepción o el asesinato, otras veces simplemente por considerar que el mundo en su conjunto estaba sumido en el descrédito. Quizá, para el personaje de Sarli, su atractivo radicaba en la posibilidad de reanimarlo a través de su amor pulposo. Armando Bó jugaba a encarar al galán imperturbable pero que también levanta los puños por las buenas causas (como en “El trueno entre las hojas” y “Sabaleros”). En cambio, Víctor Bó, el hijo, era un galán más risueño y con aplomo juvenil pero mucho menos dotado para la actuación que su padre, es decir ya sin dote alguna. Víctor es tan expresivo como un signo de exclamación escrito en un papel pero aportaba suficiente apostura para justificar cualquier mal guión.

"La mujer de mi padre" (1968)
Otro era Armando Bó, como director, cuya única congoja podría ser estar sometido a un escaso presupuesto, limitación que más bien incentivaba su espíritu avezado. Como artista era un terrorista de la gramática del cine, su estilo no era elemental sino primitivo, sus películas no eran simplistas sino simples. A nada temía. Su cine está lleno de cortes desconcertantes, saltos de eje a cada pestañeo, zooms brutales. Sumemos a esto la nada cariñosa reedición que la censura aplicaba a todas sus películas en Argentina. Consideremos además el desprecio perezoso de Bó por el sonido directo y la sincronización. Los actores siempre debían grabar sus diálogos en post producción, para Bó la palabra no era articulada por los labios simplemente era escupida encima. Lo que obtenemos entonces es un producto sin igual, un urgido amasijo erótico- kitsch acorde a su personalidad impulsiva y directa. ¿Acaso el cine de autor se construye solamente con buen tino? En su tosquedad el cine de Bó es perfectamente reconocible.

Ocupado como estaba, cada vez que emprendía una nueva película con su estrella particular, por sus múltiples tareas y líos con la censura, no podemos exigirle mucho al Armando Bó guionista. Todos sabían bien por qué compraban una entrada para sus películas, así que Bó bien podía limitarse a llenar con una somera historia los pocos vacios que dejaba en la pantalla la curvilínea presencia de Sarli. Y eso hacía muchas veces. La falta de inspiración no podía frenar la salida de otro producto Bo-Sarli. Pero todo guión, por más descuidado el escritor, se escribe línea por línea, entonces por ahí y por allá nos topamos con líneas que sacan a relucir brillo, de manera involuntaria por lo general, estallando en el absurdo y pronunciadas con una seriedad imposible de tomar en serio. No menos disfrutables, nada involuntarias y mayores en cantidad, son sus líneas picarescas de enigmático y añejo lunfardo. Este era otro aspecto por el cual la censura argentina lo tenía como hijo predilecto. En sus películas se siente el habla de las clases bajas, con su musicalidad agresiva ante la que no necesitas entender cada detalle para salir corriendo. Como muchos autores explotation de la época solía trucar cierta justificación moral para sus películas, colgándose de temas de “preocupación social”, como: la explotación del campesino (El trueno entre las hojas, Sabaleros), la reivindicación del obrero (La leona), la corrupción política (La señora del intendente), la prostitución (Una mariposa de la noche), la ninfomanía (Insaciable), la impotencia (Embrujada) hasta la violencia sin nombre propio e innata del ser humano, especialmente si es varón, hasta el patriotismo paisajístico con tal de congraciarse con el gobierno de turno que lo detestaba (Ultimo amor en tierra del fuego). Cualquier otro director explotation hubiera disgustado al público con temas tan oportunistas como esos, pero a diferencia de todos los otros, este era el único con su propia Isabel Sarli.

"La mujer de mi padre" (1968)
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"Desnuda en la arena" (1969)

"Desnuda en la arena" (1969)

"Sabaleros" (1959)

"Desnuda en la arena" (1969)

"Desnuda en la arena" (1969)

"Desnuda en la arena" (1969)

"Fiebre"(1970)
Deliciosa película que tendría a un panel de sicoanalistas lamiéndose los labios. Un relato, nada sutil, sobre el deseo femenino, la animalidad del erotismo humano y sobre lo que algunos hombres creen que buscan las mujeres en el otro sexo: una erección perpetua.

Cuando esta película se estrenó algunos pensaron que Sarli tendría sexo con un caballo y, a decir verdad, por poco lo logra. Sandra (Sarli ya entrando en la madurez) es una señora viuda, dueña de un rancho de caballos de carrera. Su favorito es Fiebre, un potrillo que causa furor en las pistas. Para ella ese caballo simboliza la virilidad en estado puro y le recuerda constantemente la pasión carnal que compartió con su amante difunto José María (Armando Bó, naturalmente). En un largo flashback vemos que la insatisfecha Sandra, antes casada con el propietario del rancho, conoció a un triste leñador en las afueras de su propiedad. “¿Vive sólo aquí?”, le pregunta, “Sí, sólo alejado del mundo, es mi último refugio, después de esto la muerte”, responde el afligido José María. A pesar de su aparente falta de ímpetu, Sandra queda prendada de él y lo visitará en su cabaña para tener fulminantes encuentros amatorios. El marido la descubre y la encara pero Sandra, en lugar de pedirle perdón, lo desprecia y le recomienda que se mate. Así el marido engañado se pega un tiro en el establo. José María y Sandra continúan con su relación hasta que una noche, luego de otra jornada extenuante de sexo, el pobre leñador sufre un infarto. A partir de entonces la doblemente viuda vive ofuscada por el recuerdo del macho que la poseyó y proclama que el amor debe ser bestial. Rechaza reiteradas veces los afanes de su apoderado, que pretende conquistarla con el tradicional galanteo. Ella le aclara: “No quiero refinamientos de ninguna especie, quiero machos, así con mayúscula. Quiero hombres potentes, viriles, como los padrillos que hacen gozar a sus yeguas, con el sólo aporte de su virilidad, de su fuerza sexual que me enloquece (…) Nunca olvidaré la primera vez que vi un caballo en el acto sexual. Bárbaro.”

"Fiebre" (1970)
A Sandra, más que el resultado de las carreras, le preocupa que Fiebre no haya debutado sexualmente. Pero Fiebre se lesiona y lo retiran de las pistas para volverlo semental. Sandra al fin puede presenciar a su amado Fiebre, encarnación de José María, montar a una hembra. “Trae una botella de champán. Quiero brindar por Fiebre”, ordena. “Por Fiebre y por la potranca, señora, que también es primeriza”, agrega un peón. “Por ella no se preocupe, sólo acepta al macho, es una actitud pasiva. En cambio él…” Mientras los animales se aparean, hecho que se nos presenta cual pornografía equina, Sandra no puede evitar chuparse el meñique para contener su excitación.

Como pueden apreciar, “Fiebre” es una de las más agresivas películas de Sarli, nada es tibio aquí y los intentos de interpretarla son vanos. “Fiebre” además presenta secuencias onírico-masturbatorias que son un goce total. En ellas, Sandra mezcla el recuerdo de su potente amante con el apareamiento equino de Fiebre y con su propia imagen corriendo por el campo, con un vestido de tul transparente, y mordisqueando la hierba. Es más, en toda la película Sarli habla con un tono susurrante, al borde del orgasmo, parece que en cualquier momento va irse al baño a masturbarse. Los diálogos con el apoderado son imperdibles, en uno de ellos Sandra se fuma un porro sin saberlo. “¿Qué estamos fumando, Roberto?”, pregunta. “Te vendrá bien. Levanta el ánimo y hace soñar.” “¿Y por qué no me has dicho lo que era?” “¿Por qué? De pronto me ves como un caballo y decides conocerme más profundamente”. Lo que da pie a otra secuencia surrealista por donde se le mire.

"Fiebre" (1970)
Respecto a “Fiebre” es sabido que Bó rodó secuencias de mayor calibre para la versión internacional. Sarli ha contado que mientras para la versión argentina su personaje se alucinaba corriendo en tules traslúcidos, en la versión de “exportación” debía imitar a una yegua. “Coca, vos ahora te sentí yegua.”, le ordenaba Bó. “¡Sos una yegua! ¡Tenés que comer alfalfa, vamos come alfalfa! ¡Las yeguas comen alfalfa!”

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IV
El corte vertical

Obreros en busca de evasión, soldados en su día de franco, adolescentes avezados y con pinta de mayores, parejas sin dinero para el telo, jubilados que no renuncian a la fantasía, maridos cansados de no despertar junto a Sarli cada día, inmigrantes sin papeles ni escondite, estudiantes que no hacían los deberes. Este era parte del público que colmaba las salas cada vez que otra película de Bó-Sarli se estrenaba. Las clases superiores los llamaban con desprecio “grasa” o “mersa”, gente menos educada y pobre que no leía las reseñas ni se molestaba por un plano mal encuadrado o por la ausencia de verisimilitud. Ellos iban al cine por entretenimiento desbocado, sin pretensiones, y especialmente para perderse en la contemplación de ese gigantesco par de tetas que avasallaba la pantalla.

Pero Armando Bó e Isabel Sarli tuvieron un enemigo acérrimo que los persiguió con la misma tenacidad con la que Bó emprendía cada nueva película: la censura. El gobierno argentino, un estado con tradición represiva, no podía olvidarse de filtrar lo que llegaba al pueblo en las salas de cine. Para ello se oficializó en 1963, el Concejo Nacional Honorario de Calificación Cinematográfica, conformado por representantes de ministerios, Liga de Padres de Familia, Liga de Madres de Familia, Movimiento Familiar Cristiano y otras instituciones conservadoras. Este consejo tenía derecho a veto sobre toda película que encontraban culpable de apología del delito, del aborto, del divorcio, de la prostitución, la desnudez y las perversiones, es decir de aquello que era mejor no hablar y de lo que era mejor no tener en mente. Así pues sufrieron severos cortes el cine de horror, el cine independiente norteamericano, el cine europeo con ínfulas eróticas y, en especial, el cine nacional y sexualmente rudo de Armando Bó.

"Desnuda en la arena" (1969)
Desde el principio ante las películas de Bó-Sarli los censores hubieran querido aplicar un sólo “corte vertical” que las acabara. “En este país quisieron arreglar la moral a costa de mis películas. Yo me pregunto hasta qué grado la presencia de Isabel pudo perturbar a los señores como para hacerme pasar tantos fines de semana en una comisaría”. Esa era la rutina. Cada película afrontaba un penoso proceso antes de obtener el certificado que autorizara su estreno, lo que para Bó solía ser más estresante que la realización misma. Estallaba el escándalo después de terminado alguno de sus films particularmente picante, Bó era detenido durante un fin de semana por atentar contra la moral, pero gracias a la publicidad mediática y la presión de los distribuidores interesados en la desnuda rentabilidad de Sarli, las películas finalmente llegaban a los cines luego de escrutinio. Se dice que los acomodadores en ciertos cines solían informar: "Isabelita se baña a las 16.30, 18.30 y 20.30 horas". Así el espectador podía irse a tomar un café y regresar justo a tiempo para contemplar a la Coca en toda su redondez cinematográfica. Sin embargo, no siempre las películas podían pasar por el aro, “Insaciable”, por ejemplo, fue vetada totalmente por el gobierno militar a fines de los 70 y recién pudo estrenarse en 1984, tres años después de la muerte de Bó.

Sin duda, la larga lucha de Armando Bó contra la censura y la crítica fue la mayor amargura de su carrera. Su carácter apasionado no le permitía ser diplomático cuando debía negociar con un funcionario estatal o cuando un crítico despotricaba contra su cine en algún medio. Alguna vez irrumpió en un set de televisión para repartir trompadas en vivo contra un periodista de espectáculos. Más de una vez, preso de la frustración, repartió insultos contra quienes hacían sus películas incompresibles de tantos cortes impuestos. Sus fricciones con la censura no habían comenzando con Sarli, ya en “Pelota de Trapo” (1948) Bó había resistido presiones por el uso extendido de lenguaje callejero. Sin embargo, como se sabe, la censura no hace más que enardecer el interés del público, así que Bó no solía lamentarse por las salas vacías. Además, como ningún otro productor argentino de entonces, se las ingenió para vender su producto a mercados extranjeros mucho más permisivos para los cuales filmaba escenas adicionales de mayor calibre. Para el resto del mundo, Sarli era la bomba sexy de Sudamérica y no tenía sentido impedir que se muestre tal cual es.

"Embrujada" (1969)
Pero entonces ¿quién es Isabel Sarli? Poco se sabe en realidad de una de las mujeres que más se ha desvestido frente a todos. Ella misma se calificó alguna vez de “pavota”. Jamás imaginó que en su vida tendría que congeniar timidez con desnudez. La primera vez que una cámara filmó sus senos ella no se daba por enterada y después simplemente era difícil decir “no” a lo que la sacaría de la pobreza para siempre. A ella lo que le gusta en realidad es cuidar de sus “bichitos”, es decir perros, pericos, tortugas e infinidad de otras mascotas que tuvo a su cuidado desde joven. Desde el principio las llevó consigo a los rodajes y se enfureció con Armando cuando este sacrificó lobos marinos para el espectáculo de “Y el demonio creó a los hombres” (1960).

Desde niña se sintió a gusto siendo dócil. Con una madre de carácter enérgico como único padre, que la concientizó en resistir la estrechez con la mesura, no parecía haber mejor opción. Después conoció a Armando y, como ella ha reconocido, pasó de estar sujeta a la autoridad de su madre a amar y someterse a otro ánimo impetuoso. “A lo mejor yo, por dentro, era más libre que mi mamá y que Armando, pero me dejé someter para que me quisieran”, manifestó alguna vez. Pero hay tímidas que salen respondonas.

"Embrujada" (1969)
La timidez de Sarli tenía el inmenso obstáculo de estar contenido en un cuerpo portentoso. El reto de su carrera era combinar la ostentación de su exuberancia con la actuación que exigían los esquemas de la narración. El público argentino entendió que Sarli les correspondía tanto como Sofía Loren y Gina Lollobrigida eran para Italia. Una morocha blanca de 1,66 m, 60 cm de cintura y, sobretodo, 98 cm de busto imposibles de disimular. ¿Qué cara poner cuando tu personaje siempre está antecedido por semejante par de tetas? Su bello rostro de ojos pardos, enmarcado en una profusa cabellera negra, solía vacilar entre la dulzura, la provocación, la resignación, la indiferencia, hasta el adormecimiento y la inconsciencia. Sarli despertaba tanto deseo desbocado como ternura. A veces querías recostar tu cabeza entre sus senos hasta quedarte dormido, otras poseerla hasta el amanecer.

Mientras Armando debía cargar con toda la mala fama de ser un productor de películas eróticas, nadie quería recriminar nada a Sarli. Fuera de la pantalla, Sarli jamás promovió la liberación sexual, la píldora anticonceptiva, su madre era su santa, su amor por los animales es desmedido, no tenía interés alguno por las fiestas y el alcohol, la vida farandulera, tampoco era buena bailarina, ni siquiera se jactaba de ser actriz. Sabía que la gente la admiraba por su cuerpo, pero pedía respeto, que no la compararan, que hicieran el esfuerzo de ver arte en su carnosidad. De su larga filmografía prefiere "La burrerita de Ypacarai" (1961), la más soft de sus películas. A diferencia de otras divas, no parecía demasiado orgullosa de ser sexy, simplemente el mundo la había puesto en ese camino, este mundo regido por hombres que imponen sus libidinosos reglamentos. ¿Cómo no quererla?

"La diosa impura" (1964)
Quizá su timidez encontraba resguardo aún estando desnuda, ocultándose detrás de un gran par de tetas. Isabel sabía que ellas, rechonchas con sus areolas y pezones palo rosa, captaban una buena parte de la atención, por lo que podía sentirse más segura en todo lo demás. Eran tiempos en que nadie podía alardear de un par así si natura no la había dispuesto. Tal vez eso inspiró en Bó la idea de ambientar sus películas en ámbitos naturales imponentes. Los senos de Sarli eran una presencia permanente. Los escotes acentuados eran obligatorios incluso cuando iba de luto riguroso. Cuando Isabel se encontraba acongojada, o en la antesala de la excitación, se abrazaba a sus senos para tener alivio. Si un hombre la poseía, Sarli solía ofrecer sus tetas, una en cada mano. Los personajes solían referirse a ellas, las veían en alucinaciones o hacían chistes como en “Una viuda descocada” (1980) cuando el mayordomo gay exclama al ver a Sarli meterse en la parte honda del agua: “¡Uhhh, mamita querida, dos pelados nadando!”.

Pero vale insistir en que esa tetamenta no habría sido memorable sino no hubiera estado Armando Bó como su fervoroso promotor. A diferencia de Roger Vadim, quien fuera descubridor y envidiado esposo de Brigitte Bardot, Armando Bó ya estaba casado cuando conoció a su musa, lo que no impidió que su alianza con ella durara por el resto de su vida. Vadim en cambio luego se casó con otro sex-symbol y luego con otro más. Al principio de su sociedad, Sarli tuvo dudas acerca de encasillarse como una sexy de serie B, intentó probar suerte con otro director en “Setenta veces siete” (1962) que resultó un fiasco y le hizo comprender, lo que Bó le recalcaría después, que una película de Sarli sin desnudos era como una de Sandro sin canto. Además el mundo del cine le parecía demasiado agresivo, con tantos egos inflados y engreídos, al borde del ataque de nervios y dispuestos a arrancarse los pelos por un porcentaje.

"La mujer de mi padre" (1969)
Entonces Isabel decidió volver a la dirección de Armando Bó, de la que ya no se apartaría hasta su muerte. Tampoco era fácil la vida junto a él. Se repartían las labores de producción (Sarli podía negociar gracias a su buen inglés con los empresarios extranjeros), las ganancias y el malestar por la intromisión de la censura y los medios. Tuvieron que acostumbrarse a repetir lo que nadie les creía, que no tenían una relación sentimental, pues Bó era casado con dos hijos y Sarli era sólo su socia. En cierta conferencia por enésima vez Armando tuvo que responder al respecto: “Aparece siempre al lado de Isabel Sarli, ¿por qué?”, preguntó alguien del público. “¿Y a vos no te gustaría estar al lado de Isabel Sarli?”. “No, no, no.” “¿No te gusta? ¡Y sos tarado, entonces!”. Isabel solía ser más cordial cuando le tocaba responder esas preguntas, a pesar que tenía que aguantarse siempre ser la pareja no oficial su gran amor y no tener nunca hijos. “Nuestros hijos son nuestras películas”, la consolaba Armando, preocupado también en que una posible maternidad arruine la anatomía que les daba de comer.

Tampoco era fácil trabajar juntos. Bó estiraba al máximo su ínfimo presupuesto y nunca confió más en la planificación y el guión que en sus propios instintos in situ, mientras que Sarli, a pesar de la experiencia, nunca se sentía a gusto desnudándose frente a las cámaras (es decir frente a otros que no fueran Bó), tampoco bailando ni simulando un sentimiento que no sentía. Cómo Bó no podía darse el lujo de repetir tomas debía ingeniárselas para hacer que Sarli “entrara en el papel” rápidamente. Y entre sus métodos estaban varios tragos de ron, zarandearla, gritarle y, alguna vez, hasta meter su cabeza en un balde con hierba humeante para darle un aspecto ofuscado cuando hacía falta. Los desnudos eran lo más difícil, Sarli no daba besos a extraños y pedía, además de la copita, que sólo permanezcan los indispensables antes de quitarse la ropa. Incluso en algunas películas, los planos detalle de manos tocando sus pechos no las realizaba el actor de turno, sino eran las manos del celoso Bó tocando su mercancía exclusiva.

"La mujer de mi padre" (1969)
A partir de “Y el demonio creó a los hombres” (1960), Armando fue entrenando a su hijo adolescente para que en los años siguientes alterne y supliera a su padre en los roles de galán, cuando este ya no tenga ni el físico ni el ánimo, preservando así el negocio dentro de la familia. Víctor superaba en mucho la apostura de su padre, siempre era el más alto del encuadre, esbelto y con un rostro cuyo candor juvenil hacia buen contraste con el constreñimiento facial de Armando. Como actor Víctor era de la misma escuela de Sarli, hasta peor, pero qué importaba si gracias al hijo, Bó tenía ahora dos personas hermosas que ponían la cara en sus películas. En las escenas de cama con Sarli, que no eran pocas, Víctor era comprensiblemente mucho más recatado. No debe ser fácil tocar a la mujer de tu padre, mientras este te apunta con una cámara y te da instrucciones. Pero como tampoco se trataba de su madre y por exigencias dramáticas, era inevitable que Víctor se llevara una buena cuota.

Toda esta empresa terminó en marzo de 1981, cuando Armando Bó de 67 años, que nunca gustó de los chequeos médicos, es sorprendido en Estados Unidos por un ataque de dolor causado por un cáncer. Sarli acompañó al agónico Bó incluso en su casa de familia, donde sólo por esa razón se le permitió entrar. Murió en octubre. El cine murió para Sarli. Y la censura en Argentina fue abolida dos años después, como si ya no tuviera razón de existir una vez muerto Bó.

"La diosa impura" (1964)
A partir de entonces, Sarli pasaba las horas en compañía de su elenco de mascotas, mientras a su puerta sólo tocaban proyectos deplorables que le exigían mucha más vulgaridad que la acostumbrada. Se retiró. Para Sarli ya sólo quedaba el terreno del mito. Las generaciones post-censura la adorarían, entre ellos Jorge Polaco, el único director que sería capaz de convencerla de volver al cine en 1996 para protagonizar su churrigueresca “La dama regresa”. Pero eso fue algo excepcional, como fueron otras esporádicas apariciones teatrales (como “Tetanic”). Sin embargo, de cuando en cuando, Sarli todavía siente melancolía por la ausencia de Bó y, según ha contado, todavía se pregunta a qué se refirió cuando Armando le dijo, en su agonía: “Algunos vienen a este mundo con una cruz. Vos viniste con una cruz y la cargarás de por vida…” Delirios de la morfina, quizá.


"La mujer de mi padre" (1968)

"Embrujada" (1969)

"Embrujada" (1969)

"Embrujada" (1969)

"Embrujada" (1969)

"Sabaleros"(1969)

"Desnuda en la arena"

"Desnuda en la arena"

"La mujer de mi padre"(1968)
“Condénenme si quieren y mándenme al infierno por yo querer, a la mujer… de mi padre”, con letra de bolero kitsh hecho a medida por Luis Alberto Del Paraná, arranca esta película que por única vez enfrentó en la ficción a padre e hijo por las atenciones carnales de la Sarli.

Mientras el padre goza con su amante dominical, el hijo al fin encuentra su cabaña perdida en la selva. Ella se pone una bata y va atender la puerta. “¿Usted es Mario?” “Si, ¿y usted es?”, “¿Yo?- sonríe y apoya una mano detrás de su cabeza, cual pose de calendario- la mujer de su padre”. Arranca el bolero.

"La mujer de mi padre" (1968)
El padre es un leñador solitario (otra vez) cuya única alegría es la visita de su amante todos los domingos. El hijo no ha visto a su padre por mucho tiempo, pero no sabremos por qué se separaron ni porque este luego salió a buscarlo. En el camino se encuentra en una cantina con Eva y siente deseo por ella. Sarli es en esta ocasión una mariposa nocturna que baila en una cantina rural “Lamento boricano”, entre otras canciones populares, fuma puros sin parar, no quiere depender de nadie y tiene diálogos con un tipejo aspirante a caficho, disgustado porque nunca tuvo la suerte de acostarse con ella. Y las cataratas de Iguazú envolviéndolos a todos.

Como el joven Mario también está caliente por Eva, la visita de su hijo resulta una catástrofe para el viejo. Entonces Eva decide ya no visitar la cabaña los domingos para no crear problemas. La situación empeora gracias a la cizaña del caficho, el estereotipo de villano para Bó: el que está asado porque Sarli nunca le dará bola por las buenas ni las malas. El chisme logra que Armando persiga a su hijo con el hacha en alto a través del bosque.

"La mujer de mi padre" (1968)
La película fluye a pesar que las actuaciones parecen ejecutadas bajo efecto de algún tranquilizante, o tal vez sea el calor de la zona. El caficho es el mejor, un bribón de estampilla que le saca a Sarli sus mejores frases, algunas dichas través del denso humo de habano que tapa su cara. “¿Lo has dejado?”- le pregunta refiriéndose al viejo-. “Si, porque me pegó”. “¡Se lo has permitido, es un idiota!”. “Pude impedirlo”. “¿Y?” “No quise. Me gustó que me pegara”. Por más que Bó haya pretendido hacer una película seria donde la juventud y la vejez se enfrenten por una pasión primordial del hombre, la mujer, no podemos evitar carcajearnos con diálogos así: “¿De qué te ries?”, dice el padre al creer oír una risita burlona de su hijo, “¿Yo? ¿De qué voy a reírme?” “Tienes razón, creo que no hay motivos para reírse.”

Pero como Armando Bó nunca perdía a Sarli en sus películas ni fuera de ellas, tampoco es esta la ocasión. Así que después de forcejeos y gritos entre los personajes y varios baños de Eva en las cataratas, todo vuelve a la normalidad cuando el hijo acepta al último momento irse y no ser más un obstáculo para que su padre la pase bonito. Mario recapacita para impedir que su padre se marche solo. “Perdóname, perdóname por haber pretendido…”, le dice a Eva con unas lagrimitas. “¿…a la mujer de tu padre?”, Sarli le completa la oración. Padre e hijo quedan como buenos amigos. “Vení cuando quieras”, dice el padre como despedida, “pero los domingos…no”.

"La mujer de mi padre" (1968)




Fuentes

Agradecimiento
Este ensayo fue posible gracias a Ariel Horton, del blog argentino "Café y cigarrillos", quien me facilitó las películas "Carne" y "Fiebre" con las que comenzó todo.

10 comentarios:

Iván dijo...

Cuantas se han dedicado mirando Volver

La Coca Sarli... cuantos habrán flasheado

Mondragón de Malatesta dijo...

Tantas películas que me he perdido, onanismo nato, en mis manos.
Tantas películas que habrá que ver, justo ahora, empiezo...

Gracias por los datos todos, y etcéteras en los pechos.

Luis E. Froiz dijo...

Interesante articulo, especialmente a los que leemos desde el otro lado del charco, donde apenas se conoce la figura de la Sarli (solo conseguí ver Carne en un festival hace un par de años). Un saludo.

Joan dijo...

Hola Andrés,
Felicitaciones por el especial, está bastante interesante y con buen estilo, divertido. Lo leí de un tirón y eso que las tetonas no es mi tema preferido, ja.
Me parece que esa parejita (Bó y Sarli)es una muestra más que las alianzas duran si tienen un proyecto común, más allá del amor y/o el deseo.
La censura en el cine, otro gran tema. Habría que reflexionar tal vez, cómo se da la censura en estos tiempos en los que el cuerpo de la mujer ya no es un misterio para nadie.
Bueno, espero sigas escribiendo y dedicándote a las cosas que te gustan, por mi parte trataré de bajarme las pelis (tengo mucha curiosidad por ver Carne)si es que logro resolver mi problema con el emule.
Un abrazo,

Anónimo dijo...

Hola¡
Permiteme presentarme soy Marco administrador de un directorio de blogs y webs, visité tu página y está genial, me encantaría contar con tu blog en mi sitio web y así mis visitas puedan visitarlo tambien.
Si estas de acuerdo no dudes en escribirme, marco.espn@gmail.com
Exitos con tu página.
Saludos
Marco

ABALORIOS dijo...

Hola amigos: Tal vez, mis blogs no se acerquen a la temática de este, pero igualmente, los invito a visitarlos y por alli si les agradan, seguirlos. Gracias. Maria Evelia-periodista y escritora de San Luis-Argentina
http://www.abaloriospoeticos.blogspot.com
http://www.arteliteraturayperiodismoensanluis.blogspot.com
http://www.argentinayamerica.blogspot.com
<analisisperiodistico2010-arroba-gmail.com

ABALORIOS dijo...

Hola: Olvidé decir que la 'Coca Sarli' y su hija, filmaron en San Luis 'Mis días con Gloria' a traves de San Luis Cine. Más allá de su filmgrafía tiene presencia en los actos culturales y la apreciamos mucho.

Nanin dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=qb9K73fsxJw

Anónimo dijo...

Excelente ensayo. Me sirvió para enterarme como nació la famosa dupla Bo-Sarli. El análisis de las películas está muy bueno.

Saludos: Cristian

Anónimo dijo...

"el trueno o entre las hojas" bien pudo ser, para sudamerica( porque el guion de roa basto lo ameritaba,)para sudamerica lo q fue "arroz amargo " para italia y europa, ua joyita del cine testimonial. ¿mereceria una remake?saludos desde argentina.