El infierno verde


“Los mismos que la filmaron, murieron devorados por salvajes caníbales”, eso decía, más o menos, el comercial de televisión. Tenía seis años cuando llegó “Cannibal Holocaust” (1980) a Lima. La controversia mundial la antecedía, naturalmente el estreno debía publicitarse. Filme insólito y no apto para menores: sus autores fueron digeridos por el mundo caníbal que intentaron penetrar. Obviamente, mis padres no me llevaron a verla. Me bastaba con ver (¿u oír?) el comercial para que me costara dormir de tanto imaginar ser comido por un caníbal mientras lo estoy filmando. Desde entonces traté de evitarla, incluso después de saber que todo era fingido. Pero ya la vi. Me resultó tan contradictoria, audaz y perversa que no podía seguir ausente en un blog de esta naturaleza.

“Cannibal Holocaust” es una película vil, qué duda cabe. Una producción de tales propósitos y bajo presupuesto no sale adelante con muchos escrúpulos. Actores asqueados con el guión y maltratados durante el rodaje, indígenas estafados y animales sacrificados fueron algunos de los daños que dejó a su paso. Diez días después de su estreno, la película fue confiscada y su director, Ruggero Deodato, fue arrestado, acusado primero por obscenidad y, después, por asesinato.


Todo comenzó en Italia. Varios años atrás, la cinematografía italiana ya había patentado el subgénero mondo, inaugurado con “Mondo cane” (1962), películas sensacionalistas disfrazadas de documental que presentaban mundos visualmente chocantes, generalmente procedentes de países no occidentales. Aunque inmerso en el desprestigio, al mondo rápidamente le brotarían variedad de ramificaciones. Una de ellas sería el “cannibal film”, cintas que contaban periplos sangrientos al infierno verde donde aún persisten comedores de hombres que no han perdido la costumbre a pesar de los siglos. La iniciadora fue “Il paese del sesso selvaggio” (1972) de Umberto Lenzi: un remedo de “A Man Called Horse” (1970), pero con caníbales. Le siguieron después un puñado de cintas, donde despunta “Cannibal Holocaust”.

Ruggero Deodato se inició en el cine como asistente de Roberto Rossellini, diría que después de que él aprendió el realismo. Incursionó sin éxito en variedad de géneros, hasta que se decantó por lo violento con “Uomini si nasce poliziotti si muore” (1976), cinta policial con dosis adicionales de crueldad visual. Después dirigió “Ultimo mondo cannibale” (1977), la secuela del filme de Lenzi que el propio Lenzi anteriormente había rechazado dirigir, por el sueldo ofrecido. El resultado llamó la atención de los aficionados al cine sangriento y, consecuentemente, de los productores, que vendrían de otros países para poner frente a Deodato el dinero suficiente para hacer otra película de ese tipo. Al principio Deodato no estaba complacido con repetirse, pero encontró una manera de replantear el cuento de caníbales y hacer que funcione mejor que antes. Entonces viajó a la selva de Colombia.


¿Hay algo más que admirar en “Cannibal Holocaust” aparte de su semblante descarnado? Además de la conmoción estomacal inicial, el filme acribilla con un comentario mordaz: ¿Quién es más “salvaje”? ¿Serán los reporteros occidentales -dispuestos a cualquier bajeza con tal de obtener imágenes sensacionales- o los silvestres antropófagos del Tercer Mundo? El cuestionamiento no habría sido tan desconcertante (después de todo, no era ninguna novedad) si la película no hubiera recurrido a recursos tan cuestionables como los que hace escarnio. Existe un cinismo recurrente en este tipo de cine, sobre todo si se maquilla de documental, según el cual la crítica a la violencia resulta una justificación para mostrarla. Deodato no era ajeno a este cinismo, no olvidemos que su objetivo principal era hacer otra rentable cinta de caníbales. No obstante, esta vez compuso una historia de depravación del documentalista occidental, donde la aparición del caníbal -al final de cuentas, un tema secundario- viene a ser una especie de castigo de la naturaleza. Por otra parte, Deodato ha señalado que la escritura de este filme estuvo influida por la impresión que le causó la prensa carnicera en su cobertura de los atentados de las Brigadas Rojas, grupo subversivo que golpeó Italia por esos años.

Si bien el "comentario" de “Cannibal Holocaust” puede ser dudoso, no podemos decir lo mismo de su grado de realismo. Deodato logró una mentira muy persuasiva sobre la base base de escenificaciones filmadas con estilo documental y un salpicado de material verídico que inquieta al espectador más curtido: imágenes de ejecuciones de hombres y animales. Para redondear la conmoción, dicen que el ingenioso recurso narrativo del “material encontrado” fue inventado por esta película. Es decir, parte sustancial de la historia es contada a través del registro recuperado de quien murió cámara en mano. El siniestro según la caja negra. Este recurso fue utilizado posteriormente por otras películas de horror, comenzando con “The Blair Witch Proyect” (1999), que en los comienzos de Internet llamó la atención con prácticamente el mismo tipo de campaña publicitaria empleada por “Cannibal Holocaust” en su momento.


El material encontrado pertenece a Alan Yates y su equipo, documentalistas voraces y descerebrados. Lo último que se supo de ellos es que se internaron en la Amazonía en busca de un remoto remanente del canibalismo, y al parecer lo encontraron pues no regresaron. Entonces el antrópologo Monroe decide ir tras sus pasos y, con ayuda de un militar y un guía, entiende que la selva es un lugar brutal donde hay que matar para comer y donde los errores cuestan la vida. Después de un tortuoso periplo -y a cambio de un prisionero- logran que los nativos les indiquen el camino a la aldea de los Yanomamo, conocidos por comerse a sus enemigos. Al fin los encuentran: una tribu esperpéntica que habita los árboles y la tierra. Luego de merendar con ellos una víscera cruda -posiblemente humana- que le invitan, Monroe logra seducirlos con una grabadora de voz. A cambio del artefacto, los nativos le entregan los carretes de película de los desaparecidos.

De regreso a Nueva York, un canal de televisión invita al antropólogo a que sea anfitrión de un programa que transmitirá el material rescatado. Pero Monroe se estremece cuando los rollos son revelados. Yates, su novia Faye y sus dos camarógrafos no fueron a hacer ecologismo. Mataron animales, violaron a una nativa e incendiaron una aldea, todo con el fin de obtener imágenes sensacionales para un documental que llamarían “The Green Inferno”. Pierden el rumbo cuando su guía muere picado por una serpiente, van a la deriva por un tiempo hasta que hieren a un indígena y lo siguen hasta su aldea. Allí realizan una escenificación: fuerzan a toda la tribu a entrar a una choza, a la que luego prenden fuego. En otro carrete, una chica es violada por los camarógrafos, tiempo después la encuentran ensartada en una estaca que sale por su boca (la imagen característica de la película). El grupo capta el mensaje y comienza a entrar en pánico. En venganza por la vejación, pronto los Yanomamo los emboscan y los van mutilando/violando/matando/despanzurrando/masticando uno a uno hasta que atrapan al último que carga la cámara. Monroe, en la sala de proyecciones, no puede creer lo que ha visto. Advierte a los productores que el material es demasiado perturbador para la tele, pero ellos prefieren cerciorarse. Finalmente, después de otra vomitiva proyección privada, todos concuerdan en que el material debe destruirse. Monroe abandona el edificio, abatido, preguntándose quiénes son realmente los caníbales. Un cartel final informa que las cintas en realidad fueron vendidas por unos miles de dólares.


La película fue filmada en Leticia, en la Amazonía colombiana, y protagonizada por un ex actor porno (Robert Kerman, como el antropólogo) y algunos actores jóvenes, con la inexperiencia suficiente para aceptar un guión que les asqueaba. Además del mal tiempo, el equipo debía soportar a un director inmisericorde. Deodato insistía, como su guión cruel indicaba, en obligar a sus actores a matar animales, que la actriz muestre los senos y que los extras indígenas se metan en una choza y aguanten ahí un rato mientras esta era incendiada. Los nativos no vieron un peso a cambio y los actores firmaron un compromiso de no aparecer en otra producción durante un año. Así la campaña publicitaria podía explotar la idea de su real desaparición.

A los pocos días de estrenada en Italia, “Cannibal Holocaust” fue confiscada por orden de un juez. Una revista había sugerido que se trataba de una auténtica snuff movie. Deodato fue arrestado y tuvo que convocar al elenco nuevamente para que demostrara que no habían sido masticados. Le pidieron incluso que explicara cómo logró el truco del empalamiento. Sin embargo, tuvo que reconocer que la matanza de seis animales (una muca, una gran tortuga, una araña, una serpiente, un mono y un cerdo) no fue trucada y por eso el jurado decidió que la película debía prohibirse. Por tres años, Deodato peleó en los juzgados para poder exhibir su cinta de caníbales y finalmente lo logró, aunque en versiones recortadas. Otra película de culto había nacido.


¿Deberían recomendar “Holocausto Canibal” a sus seres queridos? Piénselo bien. Es innegable que estamos ante una película perversa. El sacrificio de animales como espectáculo es hoy incluso más condenable. La carrera posterior de Deodato nos inclina a creer que la explotación de la violencia en sí era lo que más le interesaba, pero es tan eficiente en causar náusea y horror que no podemos serle indiferente. Es una experiencia única de dolor visual que, sin embargo, viene envuelta en una hermosa y al inicio tranquilizadora banda sonora a cargo de Riz Ortolani, músico habitual de las primeras películas mondo, que incrementa el clima de depravación con el contraste que hace la progresiva crudeza de las imágenes.

Involuntariamente o no, Deodato creó una película que es, al mismo tiempo, anti explotation y uno de los mejores y más radicales ejemplos de este género. Es muy posible que Alan Yates y su equipo esté inspirado en Jacopetti y Prosperi, el dúo de documentalistas creadores del mondo en su periplo de tres años en África para filmar la brutal “Africa Addio” (por supuesto comentada en este blog), en la que fueron seriamente acusados de haber incentivado una ejecución para la cámara. “Caníbal Holocausto” deplora de las acciones de sus protagonistas, pero para hacerlo se va a los extremos de la barbarie fílmica. Es racista e ignorante respecto a su descripción de los indígenas, pero contiene una protesta contra el colonialismo y contra el supuesto de que de las culturas occidentales son más refinadas. El mondo asqueado de sí mismo.


4 comentarios:

Unknown dijo...

Hola es posible que jamás vea esa película -como muchas otros films del cine de horror que evito- y por eso me gusta tu post, y sin embargo también me gustaría leer un análisis más crítico sobre el impacto que este tipo de "shows" visuales generan en nuestros pueblos amazónicos. Muy cerca tienes por ejemplo el Caso Cicada, donde una productora británica ingresa sin permiso a zona restringida de acceso del Parque Nacional del Manu. Como consecuencia se propaga el virus de la gripe entre miembros de una comunidad que se encuentra en contacto inicial. ¿Quién defiende de esa violencia a nuestros hermanos amazónicos? ¿Quién se responsabiliza de esas muertes? Hasta el momento el caso sigue pendiente de veredicto. http://www.survival.es/noticias/3167

Mario dijo...

Hola, Andrés. ¡Excelente comentario! ¡Gracias!

jacobo dijo...

Me ha gustado mucho leer tu blog. Si te apetece visitar el mío, estás invitado. Estoy en http://www.jacobogordon.com

Vicky dijo...

Perturbadora, extraña, curiosa, cínica, única, todo eso y más.