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Es un mounstro grande y pisa fuerte

Ni siquiera habían pasado diez años y el pueblo japonés volvió a correr por refugio. Lo que no fue aplastado por la bomba atómica, de seguro lo sería por la más misteriosa de sus consecuencias: un gigantesco reptil prehistórico, resucitado del subsuelo marino. La radioactividad traería de vuelta a una criatura de tiempos remotos para darle otra paliza a los sufridos japoneses. Pero esta vez las secuelas serían de lo más rentables. Inspirado por aquel clima de temor y recuerdos amargos, el film “Gojira”(1954) de Ishiro Honda respondería al mundo con el más temible de los mountros japoneses. ¿Lo reconocen? En su pasaporte occidental figura el nombre de Godzilla.

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La sociedad alienígena

En los años cincuenta, mientras Estados Unidos se jactada de su prosperidad y estilo de vida, una película de serie B pondría en las pantallas la peor pesadilla de una sociedad que se ahogaba en la paranoia colectiva. De la naciente Ciencia Ficción, que por entonces producía obras baratas destinadas al consumo de adolescentes maravillados con los viajes al espacio y el encuentro de otros mundos, venía “Invasion of the Body Snatchers” (La invasión de los suplantadores de cuerpos, 1956) para poner la alerta en rojo. La fantasía, en apariencia inofensiva, de este género podía ser utilizada como inquietante alusión de las tensiones que se respiraban no en otros planetas, sino a la vuelta de la esquina.

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Salo o la tiranía sodomita

La impresión que causa ver por primera vez “Saló o las 120 Jornadas de Sodoma” (1975) suele ser tan contundente que muchos han reportado vómitos, ataques de angustia y abandono de sala, sin contar la posterior huella en mentes antes tranquilas. En mi caso, fui advertido pero tampoco así me libré. El encargado de la tienda de videos, la única que podía alquilar una película como tal en toda Lima, me preguntó antes de darme el cassette: “¿sabes de qué trata esto, no?”, como quien no quiere ser culpado después. Le dije que sí, hasta me gustó la pregunta, claro que sí, y me llevé a casa la experiencia visual más dolorosa de mis últimos años de adolescente y primeros de pasión cinéfila.

Ví la película sólo, en mi cuarto, de madrugada, en pijama y metido en la cama. Teñida de un ligero tono verdoso, defecto de la cinta, la infame “Saló” transcurría ante mis ojos. Lo que había comenzado como un sentimiento de indignación progresó hasta volverse una sensación de asco y miseria. Una pelicula tan agresiva con el espectador ¿podía estar comunicándonos algo más? ¿oscuras verdades que no se pueden decir de otra forma? Quedé tan impactado que la objetividad necesaria para responder tales preguntas estuvo fuera de servicio. Por buen tiempo la recordé con temor y advertí, como haría aquel buen hombre de los videos, a unas amigas del tipo de película que habían elegido ver. Me lavé las manos y apreté “play”. Hoy vuelvo a hacerme las viejas preguntas frente a “Saló”, la que no deja indiferentes a su paso.

“Salò o le 120 giornate di Sodoma” de Pier Paolo Pasolini se sitúa durante la agonía del fascismo en Italia, en su último resquicio antes de ser derrotado, la República de Salò. Allí cuatro fascistas poderosos deciden darse la felicidad de ejercer sus más retorcidas fantasías sexuales, pero organizadamente, eso hay que reconocerles. Con ayuda de soldados y alcahuetes, reclutan a dieciocho adolescentes, hombres y mujeres, que han sido secuestrados por su belleza para estos fines. De acuerdo a un reglamento que ellos mismos diseñaron, los cuatro jefes, el Presidente, el Duque, el Obispo y el Magistrado, ejercen total dominación sobre los jóvenes. Al inicio del día, en la sala de una mansión, los jefes oyen los relatos obscenos narrados por señoras ex – prostitutas y cuando les viene la inspiración, someten, en grupo o individualmente, a sus víctimas en una práctica sádica diferente. A lo largo de la cinta, los cautivos son ultrajados, obligados a actuar como perros, forzados a comer excremento, torturados e incluso asesinados. En alusión al infierno de Dante, cada uno de los tres días que transcurren son presentados como “círculos”: de las manías, de la mierda y de la sangre. Cada estación supera a la anterior en excentricidad y crueldad.

Con una carrera cinematográfica tan influida por la literatura clásica, Pasolini encontró inspiración para su última película en la novela “Los 120 días de Sodoma” que el Márquez de Sade escribió en 1785 estando en prisión. Según Pasolini, la película es una transposición fiel del libro, tamizada por la natural necesidad de síntesis del cine. Además de las alusiones dantescas, el aporte principal del director está en situar la acción en la Italia fascista, como feroz recordatorio de las atrocidades cometidas por el totalitarismo y para mayor polémica entre el público italiano. Lamentablemente, Pasolini no pudo presenciar el gran impacto que produjo, y sigue causando, su última obra. Meses después de concluirla, fue asesinado en la calle en circunstancias hasta ahora no esclarecidas. Algunos han querido ver el crimen como consecuencia de “Saló”, pero también es cierto que a este artista, valiente, comunista y homosexual, no le faltaban enemigos. De la manera que fuera, el hecho contribuyó a hacer de esta una película legendaria sobre la cual han corrido ríos de tinta.

“Salo” es apasionante para los críticos porque está repleta de símbolos. Es una recreación del Infierno. Es una dictadura de pesadilla donde el poder se ejerce mediante el sometimiento sexual. Es el escarnio máximo del fascismo, que aliena a los hombres utilizando el miedo y la violencia. Es una lectura siniestra de la sociedad industrial, Pasolini pervierte su racionalismo hasta mostrarlo inhumano. Las interpretaciones se desesperan con la última escena, sugerente hasta la perturbación. Cuatro jóvenes están siendo torturados y asesinados en el patio, el espectador ve la acción a través de los prismáticos que utilizan los jefes para observar desde el interior de la casa. El público observa las torturas con los ojos del verdugo que disfruta del festín. Una dolorosa alusión al poder mediático de nuevas formas de totalitarismo, quizá una lúgubre mirada al futuro. Pasolini imbuido en su visión más pesimista del devenir de la civilización occidental, nos dejó ésta su profecía infernal.

A pesar de todo la intención de “Saló” es genuina. Sus demostraciones de crueldad y violencia no son un espectáculo morboso, frecuente en el cine, sino un desafío al espectador de confrontar el lado más sórdido de la sexualidad humana y su relación con el poder. Por eso mismo su estilo es totalmente “anti erótico”. “Saló” no propicia la identificación del espectador con los personajes, el placer no es envidiable y las víctimas tampoco provocan excesiva compasión. La fría estrategia de "Saló" es tomar ingredientes del espectáculo placentero donde, sin embargo, el placer está negado para el espectador. Tal como sucede con las víctimas del relato.

A diferencia de Sade, que veía la orgía como expresión de libertad absoluta, para Pasolini, la orgía evoca la “anarquía del poder”. El control totalitario impone el "orden" al pueblo pero se reserva la anarquía para los poderosos, a los que todo está permitido. La violencia se asoma como única forma de mantener vigente tal privilegio. Oímos en boca del Duque: “Ver que otros sufren, me hace sentir que soy más feliz que esa canalla que se llama pueblo. Mientras no exista esta diferencia no habrá felicidad”.

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Onibaba: el hoyo y la máscara




La primera vez que el público occidental quedó unánimemente sorprendido (y desde entonces entusiasmado) por el cine de terror japonés, ocurrió con “Oni baba” (1964) de Kaneto Shindo. De una cinematografía todavía poco explorada surgía este relato de represión sexual contado con espeluznantes metáforas. Un gran hoyo oscuro en la tierra, presente desde tiempos remotos, una máscara de demonio y dos mujeres miserables en un paraje desolado, son los escasos elementos de esta sombría fábula.

En el Japón medieval las dinastías que se disputan el poder han hundido el país en una guerra de escala apocalíptica. En una tierra poblada por una maleza de largos juncos, dos mujeres, suegra y nuera, sobreviven asesinando soldados perdidos para cambiar sus armaduras por comida. Los cuerpos son echados en un hoyo, tan profundo que la oscuridad domina en él. En esta comarca de agricultores ya no quedan hombres, todos han sido enrolados, incluyendo al esposo/hijo del que estas mujeres esperan retorno. Un día llega Hachi, un vecino, que les reporta la muerte de su pariente. Desertor de la guerra y sin perspectivas, Hachi decide aprovechar el tiempo y seduce a la nuera. Ambos distrutan de una euforia sexual que florece en medio de la muerte y la miseria. La suegra no puede con la envidia. Se ofrece a Hachi y es rechazada. La vieja, sin fuerzas para sobrevivir sola, teme además quedarse sin compañera para matar a los soldados. Una noche un samurai desertor, que lleva una máscara de demonio, se pierde en el campo de juncos. Obliga a la vieja que le indique el camino y ésta lo conduce al hoyo. La suegra recupera la máscara y la utiliza para espantar a su nuera cada vez que huye para encontrarse con su amante. La mujer aterrorizada pasa toda la noche en casa, temblando por historias de demonios que torturan a los lujuriosos en el infierno. Pero la vieja pronto se enterará que la máscara tiene funestos poderes.

El título “Oni baba” significa demonio en forma de anciana. Su principal inspiración está en las fábulas clásicas para provocar miedo. Relatos que pintan una realidad poblada por dioses, hombres y demonios, y donde la superstición es aleccionadora. Con esta inspiración combinada con ideas más modernas, “Oni baba” es una suerte de metáfora sobre el ser humano como Dios y Demonio de sí mismo. La sexualidad contrapuesta con el miedo a la muerte.

Los críticos se han preguntado que puede significar el símbolo del hoyo y se han dado variedad de respuestas. La pasión sexual representada por una suerte de “vagina planetaria”, la creencia ancestral de puntos de comunicación con el mundo de los espíritus, las trampas del capitalismo (!), una metáfora acerca de la depravación moral y el caos social en tiempos de guerra y, naturalmente, el fin que nos iguala a todos, la muerte. ¿Qué pienso yo? He quedado tan impresionado con el razonamiento de estos críticos que sólo quiero ver la película de nuevo.

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La destrucción de la carne


"Johnny got his gun" (1971) de Dalton Trumbo se salvó del olvido de la manera más inesperada. A finales de los ochenta, la banda Metallica graba una canción, "One", inspirada en esta historia y, para mayores señas, en el video clip incluye pasajes de la película. Toda una generación de adolescentes metaleros toma nota y a "Johnny tomó su fusil" lo condecoran "film de culto". No podía ser para menos, siendo el protagonista un soldado que ha perdido los brazos, las piernas, el oído y la vista. Una masa humana pensante.

La idea es perturbadora y, en teoría, posible. Sobrevivir con el mínimo de órganos vitales y encerrado en uno mismo. ¿Qué circunstancia nos puede llevar a semejante desgracia? Una guerra, naturalmente. La combinación de ambos elementos dio como resultado uno de los films antibélicos más feroces que se hayan rodado.

Basado en una novela de Trumbo, un libro casi subterráneo publicado en un momento tenso, poco antes de Pearl Harbour, el film estuvo cerca de ser dirigido nada menos que por Luis Buñuel. En los sesenta, el español estuvo interesado en llevarla al cine y hasta tenía el guión escrito. Pero Dalton Trumbo, guionista de "Espartaco", "Gun Grazy" y "Papillon" entre muchas otras, decidió debutar como director adaptando su propio libro. Nunca sabremos que habría sido de un argumento así en manos de Buñuel, probablemente Metallica no lo habría entendido.

El soldado norteamericano Joe queda terriblemente lisiado al pisar una mina durante la Primera Guerra Mundial. En la sala de operaciones, los médicos lo dan por vegetal y deciden conservarlo con fines educativos. Joe pasa las horas dopado y su rostro desfigurado está siempre cubierto. Paulatinamente, se va haciendo consciente de su horrorosa condición. Su mente despierta sólo para descubrir que ya no posee lengua, sus ojos se han ido y no es capaz de percibir sonidos, sólo vibraciones. Al principio tiene la certeza que se trata de un sueño, una pesadilla de trance al más allá. "Nadie puede estar vivo así. Esto tiene que ser un sueño" se dice. Los días pasan y las enfermeras, con las que es incapaz de comunicarse, no hacen más que inyectarle calmantes. En los momentos de lucidez, Joe intenta desesperadamente hacer contacto con el mundo exterior. Pero sus recursos son limitados, sólo puede mover la cabeza, para las enfermeras esa es la señal para aplicarle otra dosis.

Como vemos "Johnny got his gun" está llena de escenas muy potentes sin necesidad que el cuerpo mutilado de Joe sea mostrado. Sin embargo, por momentos el guión cae peligrosamente en lo alegórico por encima de lo narrativo. Ya de por sí la extrema situación de Joe puede verse como una metáfora bastante elocuente, aún así el director enfatiza algunas ideas para afilar su protesta contra la religión y el equivocado patriotismo, cómplices en conseguir más carne de cañón. Ronda también la pregunta de si es justo conservar la vida de un hombre despojado de su cuerpo.

Las drogas sumergen a Joe en una marea de recuerdos y alucinaciones. Se ve en la infancia cuando su padre le dijo que lo mejor que tenía en el mundo era una caña de pescar. Se ve con su novia, justo antes de alistarse en el ejercicio, pasando su primera noche juntos . Piensa en el sermón del sacerdote diciendo que el hombre no es carne, solamente espíritu. Y frente a la condición de Joe esta sentencia se vuelve una patraña embustera. Sueña siendo exhibido como un fenómeno por sus propios padres. Su voz llora y grita dentro de su mente, remotas sensaciones del mundo exterior comienzan a llegar, puede sentir la luz de sol cayendo solo él, aprende a diferenciar el día de la noche por la llegada de la enfermera y cuenta un año. Hasta que un día, después de un gran esfuerzo, logra hacerle saber que está consciente, que es un hombre muerto viviente.


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La sagrada pereza del arte


Inaguro este blog con verguenza. Había pensado que comenzaría con "La Era del Hielo 2" pero anoche llegó "Verguenza" (1968) de Ingmar Bergman, ¡vaya diferencia! Antes de dormir no hay nada mejor que Bergman para tener pesadillas (y levantarse tarde).

"Verguenza" cuenta la vida de una pareja (Max von Sydow y Liv Ullmann) en Suecia durante la Segunda Guerra Mundial. La pasan relativamente bien, protegidos en una casa mientras la guerra se desarrolla a su alrededor. Se aman y se odian. Ella le dice que es cobarde, egoista, deshonesto, hipersensible y encima no puede darle hijos. Él le dice que va a cambiar, aunque a veces pierde la paciencia y la golpea. Es la rutina de una pareja en decadencia, hasta que la guerra viene a tocarles la puerta. Bombardean el pueblo donde viven, muere gente por todas partes. Los llevan detenidos, los interrogan, los liberan y luego los vuelven a buscar para incendiarles la casa. Naturalmente mientras luchan por sobrevivir sus problemas pasan a segundo plano, pero apenas tienen un momento de calma se reinicia la guerra domestica. Pero deciden que cuando acabe la guerra mundial también ellos acabarán con la suya.

Esta es la película más accesible que he visto de Bergman y, seguramente, una de las de mayor presupuesto que ha hecho. No tiene pierde, es un revoltijo de emociones de todo calibre. Bergman puede ser tan perturbador con la cámara fija, mostrando el rostro de Liv Ullmann, expresando ternura y angustia por su marido, como recreando el momento en que llueven bombas sobre el lugar y se amontonan los cadáveres.

!Y que agrio y pesimista puede ser con sus personajes! En sus películas, los hombres viven atormentados o son viles, o ambas cosas. Y las mujeres están martirizadas por la culpa y la imposibilidad de amar. En esa película, para mayor sufrimiento, los ponen en medio de una guerra.

Una de las ideas de la película es justamente llevar las cosas al límite. Es decir, además de ser miserables estamos en peligro de muerte. Por eso el título, creo, la verguenza de tener que rebajarse al instinto básico de sobrevivir y ver profanada "la sagrada pereza del arte" (ambos son músicos de una orquesta).

"Verguenza" es una película excelente, sin duda. Pesimista como pocas pero inolvidable retrato de la naturaleza humana.

El DVD incluye un documental sobre la cinta con fragmentos de una entrevista a Bergman, hecha en el 70. Pude verlo en pantalla por primera vez. Todavía joven, sonriente y esforzándose por hablar en inglés. Dijo que hace películas para hacer contacto con otros seres humanos, que en la vida lo que más le interesaba es comunicarse !y vaya qué mensajes! Bergman es uno de los pocos genios clásicos del cine todavía vivos. Ya no da entrevistas y, creo, vive en una isla y ahora sólo hace películas para la televisión sueca.

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